Mientras tanto, las mujeres

Carolina González

Carolina González

Andamos aquí enfrascados en quién, cómo y cuándo gobernará España porque es lo lógico después de unas elecciones generales. Teniendo en cuenta, además, que los resultados han dejado un panorama muy abierto, resulta más que entendible que todo nos parezca grave, importante, trascendental, histórico. Pero más allá de nuestro ombligo ocurren cosas. Auténticos dramas de verdad.

Afganistán está borrando a las mujeres literalmente. Las ha sacado de las universidades, de las calles sin acompañante masculino y ahora, también, de las peluquerías y los centros de belleza. Eran el último espacio de libertad que les quedaba para relacionarse con otras mujeres fuera de casa. El ensañamiento de los talibanes contra la mujer no cesa. Siguen obsesionados con aislarlas y anularlas de la escena pública. Quieren sepultarlas en vida.

Al régimen talibán le da igual obligar a 2.500 establecimientos a cerrar y dejar sin empleo a 60.000 mujeres. No solo le da igual, es una acción intencionada. Desde que Occidente abandonó el país a su suerte y los radicales tomaron el poder en 2021, las libertades de las mujeres han ido mermando hasta su desaparición. Sus derechos se han esfumado. Tienen prohibido trabajar en la Administración, las fuerzas de seguridad, las entidades financieras o las oenegés. No pueden ser atendidas en los hospitales por hombres ni tomar la píldora anticonceptiva. Los talibanes creen que son una conspiración occidental para reducir la población musulmana. Tampoco pueden enseñar su rostro en público. El burka es obligatorio. Su papel se reduce ya únicamente a servir a su marido y a su familia, a obedecer, a no pensar ni hablar ni socializar.

En Irán, una mujer que conducía su coche sin velo ha sido condenada a pena de cárcel. El juez le ofrece una alternativa: lavar los cadáveres del cementerio más grande del país o ir a terapia. En India, un grupo de hombres han paseado maniatadas y desnudas a dos mujeres después de violarlas en grupo. Las han exhibido por las calles y humillado como animales. En su trágica caminata, las pegaban e insultaban. La indignación mundial no se ha hecho esperar porque alguien lo grabó en vídeo y lo subió a redes sociales. Pero la ola de críticas, en ambos casos, se convirtió en espuma en cuestión de horas. Después, cada uno ha vuelto a su pequeño gran universo individual. Hasta el próximo y efímero escarnio viral en el que volveremos a echarnos las manos a la cabeza. Acabarán volviendo a los bolsillos en cuestión de horas, sobre todo las de aquellos que siguen manteniendo que la violencia no entiende de sexos. Que se lo digan a la cara a esas mujeres afganas, indias e iranís.

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