EL TRIÁNGULO

Hombre pobre, hombre rico

Carmen Lumbierres

Carmen Lumbierres

Seis de cada diez viviendas se compran al contado, según Funcas, así, un billete encima de otro sin mayor problema y no sólo una, suelen ser unas cuantas de golpe. La mayor parte de estas adquisiciones se hacen por inversores mayoristas y no residentes, esto es, ciudadanos extranjeros que no vienen aquí a vivir, que igual no les dejaríamos entrar, sino para invertir.

De México, Venezuela, Colombia y Brasil, en ese orden, tierras de equidad social y distribución de la riqueza, en la que sus élites economías han decidido de nuevo que el ladrillo español es un buen negocio especulativo. Algunos lo llamarían un agujero de oportunidad, yo lo llamo la nueva diana de las grandes fortunas después de pasar por la tecnología, los productos farmacéuticos, la logística y volver a lo tradicional para no equivocarnos, a la propiedad inmobiliaria.

El dinero se mueve con fluidez atravesando fronteras, copando el mercado de hecho, mientras en la minúscula isla de El Hierro se hacinan miles de migrantes, 1.200 con vida este fin de semana porque cinco fallecieron en el intento. Y después pelearemos por cómo se reparten por el resto de el país, sobre si son mayores o menores de edad, o los dejaremos en ese limbo que son las salas del aeropuerto de Barajas en espera de la tramitación del asilo como si no tuvieran alma. Exactamente la misma que la nuestra o de los grandes inversores que compran los hoteles de la Gran Vía madrileña, pero el mundo es mucho más inhóspito si eres pobre, vales mucho menos. Nadie quiere pobres entre sus vecinos, en las clases de sus hijos, en su círculo de amigos, si ya lo ha visto Rafa Nadal que ha decidido que se iba a asegurar el futuro siendo embajador de la Federación de Tenis de Arabia Saudí, al mismo tiempo que abre un hotel en la Gran Vía. Si es que el círculo se cierra, y los elegidos no quieren salirse del mismo sea bajo un régimen bolivariano o una dictadura teocrática.

Mientras los supervivientes de la miseria piden nuestra acogida y a veces, las suficientes como para generar vergüenza, les devolvemos en caliente a tierra de nadie e incluso la posmodernidad política como Meloni sugiere que los lleven a Albania, como ese buque cárcel del Reino Unido pero a lo bestia. Si existe un purgatorio, de lo que no tengo constancia, deberíamos acabar todos ahí un tiempo por permitir que se trate así a nuestros hermanos, olvidando que no hace tanto lo hicieron nuestras familias de sangre. El dinero siempre lo puede todo, incluso compra voluntades, pero podríamos disimular un poco más, que este brutalismo se aleja mucho de lo que iba a ser la civilizada y resistente Europa.

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