Agapito Iglesias aún no se ha debido de dar cuenta que cada persona es dueña de sus actos y esclava de sus palabras, y que la suma de estos dos factores dan como resultado la credibilidad de la que cada uno disfruta frente a los demás. La que él tiene ante el zaragocismo es nula, inexistente y eso no es un antojo, ni una invención de nadie, como tampoco lo es que el Real Zaragoza está arruinado y sumido en el más absoluto caos por sus terribles andanzas. Lo que a Agapito le ocurre es simplemente la consecuencia de sí mismo, de lo que ha hecho y ha dicho. Interprete la obra de teatro que interprete, hace ya mucho tiempo que dejó de ser creíble y así se lo recuerdan los aficionados en La Romareda cada vez que gritan Agapito, vete ya y Directiva, dimisión. Eso sí es una realidad demostrable, no una media verdad. A todos ellos, ayer, en el colmo del disparate, los retó para que en vez de tanto chillar, acudieran a él para quedarse con el club.

Para entender al personaje, y ponerlo en el contexto adecuado, solo hay que repasar sus actos y escuchar lo que ha salido de su boca. Agapito, no otro, dijo que el Real Zaragoza no iba a tener problemas económicos en los próximos diez años y arrastra 110 millones de deuda reconocida, que a Víctor Fernández no lo quería para cuatro años sino para 16 y duró dos telediarios, que nunca ha dudado de Gay y el club que preside se ha sentado a negociar con otros técnicos, que Prieto y Herrera eran intocables y ayer les tiró con bala. A Agapito nadie le cree. Como también le dejaron de creer Bandrés y su consejo y se fueron a la carrera; y Poschner, su amigo pero que no quiso trabajar más con él; y Pardeza, el primero que oteó la dimensión del percal.

Todo invenciones. Como también está inventada esta frase que pronunció tras el descenso. "No es necesario vender jugadores para subsistir en Segunda. Quien piense así no tiene ni idea de lo que es un club ni una empresa. Eso lo garantiza Agapito Iglesias García". Vendió a todos los vendibles. Así, con su firma. Ese es Agapito Iglesias.