Tú siempre decías que tener remordimientos es de ser osado.

Que hacer las cosas sin pensar en las consecuencias es de ser un cobarde.

Porque es muy difícil vivir sabiendo que has hecho algo mal

y, en cambio, todo se vuelve sencillo cuando te importa una mierda el resultado.

Ser osado es pensar,

es ponerse en la piel del otro,

saber que algo que hagas puede estar mal,

entender que tus actos significan demasiado.

Ser osado es arriesgarte a tener remordimientos,

que duelen como el cristal de una botella rota

que se posa en la yugular,

amenanzando,

aprentando sin llegar a matar.

A veces desearías que lo hiciera,

que terminaran con ello,

pero entonces recuerdas que eres valiente,

que decidiste serlo,

y que tienes que acarrear con las consecuencias

aunque ello signifique llevar ese cristal en tu cuello,

amenazante,

hasta el fin de los días.

Pero tal vez,

por una vez,

decidas ser un cobarde

y te rebeles así contra tus propios ideales.

Actuar sin pensar más que en ti,

a sabiendas de que te va a dar igual todo lo demás,

como si fuera un reto personal,

y que la meta fuera no sufrir.

No seré yo quién te juzgue,

no seré yo quién te diga si es mejor

pertenecer al bando de los osados

o al de los cobardes.

Porque, sinceramente,

ya tengo yo bastante con lo mío.