Tenía más razón que un santo el tío de Rafa Nadal cuando alertaba a su sobrino para que no se vanagloriase mucho de sus triunfos, ya que lo único que hacía era pasar una pelota de un campo a otro por encima de una red. Pequeñas lecciones como ésta han forjado, sin duda, el carácter humilde del extraordinario campeón balear que lo mismo colabora en acciones de limpieza tras los desastres originados por las riadas en su comunidad que pasa la esterilla para acicalar las pistas de tierra en las que entrena. Lamentablemente, Nadal es una excepción como lo es el hecho de que jamás se le haya visto romper una raqueta en una cancha de tenis. “No lo hago porque sé que hay personas que no pueden comprarse una.” -ha manifestado en alguna ocasión.

Muchos deportistas de élite carecen de humildad y de respeto por el adversario. Siendo esto muy feo, todavía es peor (y mucho más patético) el no darse cuenta de que se dedican a algo tan simple como meter un balón entre tres palos, o en un aro, o una pelota pequeña en un agujero, o a ir en bici o en moto, o a darse mamporros con otro tío… Por eso detesto las celebraciones exaltadas, histriónicas, egocéntricas. La mayoría de ellas humillantes para sus rivales deportivos. Los jugadores de fútbol se llevan la palma en el dudoso arte de “celebrar por nada”. El 'number one' (en esto sí) es Cristiano Ronaldo. No sé, tal vez algún día se dé cuenta de que la mayoría de sus celebraciones causan vergüenza ajena amén de desdeñar a su propio colectivo (su equipo) y de mofarse sin piedad de otros compañeros de profesión humillándoles en la derrota aun cuando aquellos han entregado todo lo que tenían en su alma. Ni por asomo quiero centrarme sólo en el astro lusitano. Los hay que bailan, que se señalan su nombre a la espalda, que hacen gestos inadecuados, que se ríen en la cara del portero goleado. Había tres gansos de un equipo de fútbol que se tumbaban con la espalda en el césped y hacían… la cucaracha. Más les valdría a todos estos soberbios aprender del malogrado Quini. Decía, el que fuera excelente delantero centro del Sporting de Gijón, que celebraba los goles con recato y moderación pues bastante tenía ya el portero recién batido como para encima ponerse a montar algún humillante 'show'. Claro, eran otros tiempos.

Aunque, sin duda, el colmo de “celebrar por nada” se lo llevan los políticos. Esto sí que es de risa, de carcajada. Sobre todo de las que se echan ellos a costa nuestra incumpliendo sus promesas, machacándonos a impuestos y llevándose crudo todo lo que pueden. Aquí también se impone el bipartidismo imperante de los últimos lustros. Lamentables, ridículas y vergonzosas fueron las celebraciones, tras ganar unas elecciones, de las huestes del PP botando como infantes y haciéndose selfis mientras exhibían la V de la victoria, con Mariano a la cabeza del espectáculo. No menos bochornosa e hilarante fue la celebración de Sánchez tras la última victoria del PSOE, agarrando el micro como Frank Sinatra para calmar a la enardecida masa que gritaba: ¡Presidente, presidente! Si en ese momento canta 'Strangers in the night' seguro que los allí presentes le hacen coros y encienden los mecheros (perdón, móviles). Mientras tanto, el españolito de a pie se pregunta qué coño celebran si lo que tienen que hacer es ponerse ipso facto a trabajar para el pueblo.

Motivos para celebrar tienen los médicos que salvan vidas, los albañiles que construyen las casas, los buenos maestros que enseñan con bondad y paciencia, los basureros que limpian nuestras calles… Y no digamos ya los misioneros o aquellos voluntarios que abandonan sus cómodas existencias para dedicar su vida y su trabajo a los más necesitados. Sin embargo, la mayoría de estas personas son sencillas y…discretas. Actúan con naturalidad. No alardean, ni falta que les hace.

Pero da igual, ¡venga, todos a celebrar! A celebrar por nada. Cualquier día veremos a algún tonto del culo salir de la panadería dando mortales hacia atrás y gritando “¡Sííí!”, sólo porque ha conseguido una barra de pan bien tostadica.