CASO ABIERTO

El crimen de la Guarguera en el que no se sabe quién murió ni quién mató

Una mujer apareció calcinada en 1986 junto al puerto de Monrepós, pero nadie reclamó su desaparición

El cadáver se halló en esta carretera nevada de la Guarguera y junto él se encontró este paquete de tabaco.  | ALBÁS  / LOSADA

El cadáver se halló en esta carretera nevada de la Guarguera y junto él se encontró este paquete de tabaco. | ALBÁS / LOSADA / LUIS M. GABÁS

En la tarde de un frío 4 de diciembre de 1986 un cazador de Sabiñánigo encontró en el solitario camino de la Guarguera el cadáver calcinado de una mujer siendo uno de los casos más complicados que se han investigado en el Pirineo aragonés. Pese a ser reabierto hasta en tres ocasiones por parte de la Guardia Civil para intentar dar luz al mismo, el resultado ha sido siempre el mismo: la decepción. La víctima no tiene nombre, tampoco su asesino o asesinos.

El hallazgo del cuerpo de la víctima conmocionó en silencio a esta zona del viejo Serrablo pues nadie sabía quién era esa mujer. Lo que tuvieron claro es que no era una de ellos. Quien la encontró fue un hombre de 57 años que ese día salió de su casa para ir a cazar. Como contó en su día a los agentes, serían sobre las 18.00 horas cuando salió de su casa a bordo de su Renault 6 y se dirigió a la carretera de Huesca, tomando luego el desvío de la carretera de Boltaña y subió por la Guarguera hasta Pardina de Buesa. No vio nada y después de diez minutos de espera decidió irse.

Bajó por una pista que va en dirección a Abenilla y, de repente, se topó con un bulto. Estaba todo nevado y el sol le daba de frente, por lo que no pudo apreciar bien de lo que se trataba. Algo sospecharía, aunque no lo expresó como tal a los guardias civiles, cuando durante el recorrido estuvo dándole vueltas a su cabeza sobre qué era lo que había visto minutos antes. Su deducción acabó siendo que eran unos pies completamente desnudos.

La Guardia Civil hipotetizó que la víctima podría ser una joven prostituta francesa

Se asustó y decidió ir al puente de Sardas, a la armería, para ver si se encontraba con alguien, pero no estaba nadie , así que se fue al bar Tebarray para lo mismo. Había cinco jóvenes y uno, tras contarle lo que creía que había visto, le dijo que no se preocupara, que le acompañaba. Ambos deshicieron el camino, encontrándose lo que se temían. El cuerpo calcinado de una mujer. Aún le salía humo. Asustados fueron al puesto de la Guardia Civil a avisar de lo que acababan de ver. No se lo creían.

Hasta este inhóspito lugar se trasladó una patrulla de la Benemérita corroborando lo que los vecinos de la zona acababan de descubrir. Había el cuerpo desnudo de una mujer completamente calcinado del que no se podían sacar ni huellas ni hacer una identificación de su rostro. Estaba en un lateral de este camino. Su ropa la encontraron tirada a 50 metros del cadáver.

¿Quién era? Una pregunta que se hicieron estos miembros del instituto armado que en este 2023 sigue sin tener respuesta. Si apuntaron que podía tratarse de una prostituta francesa. Una teoría que a día de hoy es la única que se mantiene.

Llegaron a esa conclusión por el paquete de tabaco que encontraron junto a su bolso de leopardo. Era la marca Gitanes, unos cigarrillos negros que se producían entonces en el país vecino. La minifalda y la chaqueta tejana, así como los zapatos de fino y alto tacón también eran de firmas francesas. Entre sus pertenencias no había ninguna cartera, ni ninguna joya por la que se le pudiera identificar. En el bolso había un collar que los agentes definieron como «de fantasía de lentejuelas».

El cuerpo sin vida de esta mujer fue trasladado al Anatómico Forense con la esperanza de poder saber quién era. No hubo respuesta más allá de poder determinar que se trataba de una mujer de raza caucásica, de entre unos 20 y 25 años, de complexión normal y de 1,67 de altura. Su muerte había sido por las quemaduras provocadas, en el mismo lugar en el que fue hallado por los restos de ceniza que aparecieron en la zona y con restos de semen en sus órganos sexuales.

En paralelo, los agentes se recorrieron toda la zona en busca de si alguien podía conocerla, si había desaparecido alguien, pero nada, el resultado fue negativo. Doce meses después se produjo el primer carpetazo judicial.

Pasaron los años hasta que en 1990 un recién llegado sargento jefe de Policía Judicial de Jaca, Jesús Miranda, decidió revisarlo para, como reconoce él, «intentar, al menos, poder entregar el cadáver a su familia». La Benemérita acababa de implantar equipos especializados en este tipo de investigaciones.

Los investigadores cotejaron su ADN en ficheros de desaparecidos sin éxito

Miranda y sus compañeros volvieron a realizar gestiones de testigos, pero nadie sabía nada. Decidió pedir al magistrado titular del Juzgado de Jaca la exhumación del cadaver, que se encontraba (al igual que ahora) en la fosa del Ayuntamiento de Sabiñánigo. Le extrajeron ADN de sus restos óseos.

En aquel 2004 la Dirección General de la Guardia Civil y la Universidad de Granada había puesto en marcha el programa Fénix, para lograr identificar a personas mediante nuevas técnicas de investigación criminal. El cráneo fue enviado a la Cátedra de Medicina Legal de Zaragoza para llevar a cabo un estudio de la dentadura y una reconstrucción de la boca de la joven que reveló la presencia de reparaciones dentales de alto coste económico para la época que sólo se realizaban en Francia.

Los marcadores de ADN fueron introducidos en una base de datos en el que también figuran muestras de familiares de desaparecidos, y remitidos a los responsables del equipo de policía judicial de la Gendarmería francesa, que había comenzado la investigación de unos casos similares ocurridos en aquellos años en una zona situada entre Toulouse y Pau, próxima a la vertiente norte de los Pirineos. Las similitudes entre los asesinatos registrados en Francia, que tuvieron como víctimas a jóvenes prostitutas, y el ocurrido en Abenilla, que desde un primer momento llevó a los investigadores de la Guardia Civil a la hipótesis de que la asesinada ejerciera la prostitución, motivó un intercambio fluido de información entre ambas policías.

Un cazador vecino de Sabiñánigo halló el cadáver y fue, con temor, a pedir ayuda

Los responsables de la Gendarmería de Toulouse, que mantiene tradicionalmente una colaboración estrecha y continuada con la Comandancia de la Guardia Civil de Huesca, no descartaron, a tenor del modo de proceder similar, que los crímenes fueran obra de un asesino en serie. Esta posibilidad motivó, asimismo, el envío de una orden a las gendarmerías de los distintos departamentos del país para elaborar una lista de personas desaparecidas en aquellos años.

Sin embargo, el intercambio de marcadores de ADN y de fotografías de jóvenes desaparecidas no fue concluyente. El caso volvió a archivarse sin saberse quién era esa joven, ni quién la mató. Sus restos anónimos yacen en el cementerio de Sabiñánigo.