Nos quedamos sin veterinarios

Somos médicos con la mitad del sueldo de un médico, destinados a trabajar hasta la extenuación

Tres perros en una clínica veterinaria.

Tres perros en una clínica veterinaria. / Servicio Especial

Mikel Lizarraga Eguiburu

Mikel Lizarraga Eguiburu

Nos quedamos sin veterinarios. Una arriesgada afirmación cuando hace menos de 10 años se hablaba de masificación en las facultades de veterinaria. No niego que cada vez la oferta formativa en esta ciencia sea mayor, pero cuando el mercado laboral acoge a los recién licenciados son muchos los que después de probar uno de los sectores, la clínica de pequeños animales en concreto, huyen hacia ramas menos 'agotadoras'. Definamos la situación con un contexto.

Presión por resultados. Horarios intempestivos. Jornadas interminables. Sueldos paupérrimos. Suena al 90 % de los empleos por los que la gente se queja. Pero, ¿y si además le sumamos trato cara al publico, años de formación cara y literalmente interminable, nulo reconocimiento y acusaciones gravísimas si el resultado no es el esperado? Añadamos un componente emocional agravado por las vidas en juego, la incomprensión de los costes de su trabajo, critica social cada vez que se intenta hacer valer el esfuerzo y el reconocimiento a su labor, medios en ocasiones insuficientes o situaciones complicadas por falta de recursos por parte del cliente, la eterna mirada inquisitorial cuando se es joven y la impertinente 'sabiduría popular' que dificulta el desarrollo del trabajo. Juntamos todo eso, mezclamos y agitamos.

Así es, somos médicos con la mitad del sueldo de un médico (en el mejor de los casos), destinados a trabajar hasta la extenuación, sin horarios, con presupuestos limitados, con una carga emocional propia y la que se nos da por añadidura por parte de los responsables de nuestros pacientes… y una epidemia de la que nadie habla que es el cliente. Sí, amigos, la gente, escuchar quejas que pasan de simples reproches a denuncias y acoso sin complejos en situaciones que no son objetivamente reprochables, como si fuéramos responsables de todas las enfermedades y complicaciones que padecen nuestros pacientes. Todo el que haya trabajado de cara al público sabe lo que supone, pero últimamente existe una tendencia a culpar de todo a 'agentes externos' y el veterinario es víctima propiciatoria. Y eso resulta en un estrés inasumible para muchos que llegan a practicar 'medicina defensiva' solo para evitar reclamaciones.

Existe como hemos dicho una implicación emocional exacerbada. Exigencias y reclamaciones que son impensables en otros contextos laborales. Y todo porque hay un vínculo inseparable entre negocio y emoción. En tan solo un par de años un veterinario que alterna puestos de urgencias con algunas visitas a domicilio y rotaciones en grandes centros puede acabar formado o destruido, reforzado en su interés o completamente desengañado de lo cruel que es este mundo de la salud animal, estresado y 'quemado' . Y eso provoca una desbandada hacia la administración o el mundo comercial, los laboratorios o el reciclado total en algunos casos (medicina o enfermería son habituales destinos para veterinarios desencantados) que suponen la mayoría de veces mayor remuneración, mejores horarios y conciliación, mayor reconocimiento social o sencillamente vidas más tranquilas sin quebraderos de cabeza que acabar llevándose a casa. 

Todo eso se traduce en una ausencia alarmante en el mercado laboral de profesionales con experiencia dispuestos a trabajar en clínica, que anteponen la calidad de vida a la vocación, entendible por otra parte. Esta situación tiene un punto beneficioso para el sector que es el aumento de sueldos ante el aumento de la demanda de profesionales, pero da que pensar que el relato de muchos “desertores” de la clínica sea la presión a la que están sometidos por parte de los clientes y lo complejo de manejar una implicación en los casos clínicos con un derecho a desconectar del trabajo. Ver llorar a un albañil en el tajo puede ser posible pero en nuestro mundo es algo más que habitual contemplar como un compañero se derrumba en consulta… Todos estamos concienciados con la creciente tasa de suicidios que no parece tener fin (nuestra profesión tiene el porcentaje más alto), y debería hacernos pensar que algo estamos haciendo mal a la hora de proteger a profesionales que se pierden en el manejo de situaciones límite tan frecuentes en las clínicas y hospitales veterinarios. Debemos averiguar cómo hacer de nuevo atractivo este sector y reconducir además de visibilizar esa salud mental de la que tanto queremos concienciar pero que tan apartada sigue en los parámetros que definen las labores del sanitario veterinario.