José Antonio Labordeta decía tener un rostro "con la mirada hacia abajo", como aquellas estatuas griegas del teatro, en su formato trágico. Pero en el trato personal era risueño, festejaba la amistad y gozaba de las pequeñas cosas. No era difícil verle atrapado por una risa incontenible, hasta encanarse, leyendo ante los amigos párrafos de algún libro.

Era el niño que fue, transfigurado, el que asomaba siempre tras el rostro bronco y meditabundo de Labordeta. "De Brassens me gustaba su actitud humana, muy coherente a lo largo de toda su vida. Poseía y yo también lo tengo, ese sentido depresivo de que el tiempo lo acaba por destruir todo. Es una especie de desencanto continuo que yo también comparto". Pero el aragonés traía de fábrica la mirada risueña que Brassens dirigía a los desheredados, los pobres: el compromiso por ellos hasta el final.

El crítico musical Javier Losilla ha expresado muy bien esa aparente contradicción que asoma en sus canciones: "Hay un Labordeta urgente y un Labordeta reflexivo, un Labordeta local y uno universal; un Labordeta agitador y un Labordeta poeta. Su aportación a la historia de la canción popular se debate entre la manifestación callejera y la consideración lírica".

El propio Labordeta contaba en este diario cómo llegó a la canción protesta: "Eloy me invitaba a dejar mi estilo parisino y compongo Aragón. Y una noche en casa de Emilio Gastón canto unas cuantas canciones como Los leñeros, Las arcillas y me suelta Mario Gaviria: ´Coño, acabas de inventar la nova canço baturra. Un buen día me llama Pepe Sanchís Sinisterra y me dice que hay una nota en Cuadernos para el diálogo de una editorial que quiere grabar discos. Mandamos una cinta y acabamos grabando un pequeño disco con cuatro canciones. Disco que retiraron en el estadio de excepción del año 69. De pronto me veo convertido en cantante, cosa que no había pensado ser en absoluto".

El compromiso moral y social surge en él como una pulsión, como algo irrefrenable --asegura Javier Losilla en su análisis del Labordeta cantor--. "De ahí que en ocasiones le pueda la visceralidad, los deseos de intervención, la urgencia. Por eso cae, conscientemente en la trampa de lo efímero. La realidad, parece decirse a veces, necesita más de la soflama que de la poesía, aunque esta pueda ser tremendamente desestabilizadora. El Labordeta menos convencional, más duradero y profundo emerge siempre; destapa la caja de la emoción perenne", afirma el crítico musical.

EL CLAMOR DE LA CALLE Los tres primeros discos, Cantar i callar (1974), Tiempo de espera (1975) y Cantos de la tierra adentro (1976) revelan al Labordeta más localista y cercano que "universaliza tanto sentimientos como melodías acudiendo a la poesía y a unos escuetos arpegios de guitarra, convirtiendo así lo sencillo en sublime" (Matías Uribe). También el directo del 77 grabado en Zaragoza y Huesca recogía el clamor de la calle por la democracia y la libertad. "Los cantautores llevamos encima el estigma de la politización", afirmó José Antonio Labordeta.

Llegó un día en que a la gente dejó de interesarle la canción protesta y resurgió entonces el poeta que de joven había leído a César Vallejo y que recordaba cómo de joven "salir de la trastienda de la librería de Alcrudo con un libro de Neruda era como llevar ahora un kilo de cocaína". Qué queda de ti (1984) deja atrás el tema reivindicativo para entrar en el amoroso. "En plena posmodernidad lo meten en ropajes sonoros que no le sientan bien", señaló el crítico musical Matías Uribe. Y agrega: Trilce hubiera salvado su producción si no lo hubieran embriagado de sintetizadores".

"Mi disco Trilce fue un esfuerzo brutal, pero la casa de discos tampoco apostó nada por ese título --se lamentó Labordeta--. En aquel momento decidí dejar de grabar. Con Trilce acabé roto, desilusionado. Había querido huir de una imagen estereotipada; ahora el cantautor era más poeta y más intimista. Había sido un parto muy difícil. Pero, frente a la desilusión, nos queda el amor, señalaría en 1993 al sacar sus Canciones de amor.

Hay que señalar que para cuando viera publicado su primer LP (Cantar i callar, 1974), Labordeta ya había publicado cinco libros de poemas y ya estaba proyectada una antología en la prestigiosa editorial Lumen. Su primer libro de poemas, Sucede el pensamiento, data ya de 1959. "Cuando a veces releo poemas de años anteriores me encuentro con que muchas de las canciones que canto están ya en los poemas", declaró el cantautor.

Antonio Pérez Lasheras ha observado que "es fácil observar un mayor recogimiento en sus poemas, frente a la potencia y desgarramiento de sus canciones, circunstancia que le concede a sus versos un tono más reflexivo, más íntimo y también, lógicamente, más culto. Pero creo que son dos maneras de una misma expresión".

Y ahí está Labordeta, luchador y meditabundo, 40 años después, explicando: "Me preocupa la cotidianidad, los detalles, la existencia del día a día. Hay veces que paso por algún escaparate de las calles de Madrid, cuando voy al Congreso de los Diputados, y me pregunto qué es lo que hago aquí, todavía no he comprendido el paso del hombre en la tierra". Frente a la extrañeza ante una vida a la que hay que dotar de sentido, repleta de situaciones de dolor e injusticia, la salida planteada por el poeta será el hermanamiento del hombre con el hombre, la solidaridad humana.

El poeta, el político, el cantante que lleva bajo el brazo su vida entera, sobre todo la infancia, aún en los momentos más duros de la enfermedad. En una reciente entrevista con Nuria Navarro leyó este poema: "En las horas de quimio recuerdo aquella infancia perdida en los arbustos de las cansadas orillas del Ebro / Me veo niño aún, con los pantalones cortos, dispuesto a descubrir un nuevo mundo / La vida te atenaza y si te dejas, pierdes todos los combates contra ella./ hay que sacar la cabeza, mirar con rostro limpio el horizonte y, con una sonrisa, acariciar todos los buenos y los malos recuerdos".

Javier Aguirre Santos ha señalado que hay un fondo temático más o menos constante, unas notas definitorias que recorren toda su obra: 1.-- La importante presencia del recuerdo de una postguerra extraordinariamente áspera; 2.-- la añoranza de una niñez recreada como niñez feliz a pesar de los tiempos; 3.-- la victoria de la añoranza de la niñez sobre el dolor de la época en el ámbito físico y simbólico de la ciudad de Zaragoza: "¡Ay mi ciudad / con tantos pedestales / cubiertos de anónimas palabras!: ¿A dónde te diriges?"; 4.-- la presencia del paisaje físico y humano de Aragón; 5.-- la reivindicación de la libertad y solidaridad humanas; 6--. un gran escepticismo ante la vida pero una luz de esperanza en el ser humano.

La actitud del poeta frente al hombre y frente a la sociedad nunca dejará de ser problemática, vacilando constantemente entre la esperanza y el tedio, entre la exaltación y el nihilismo

Labordeta tiene toda su vida en presente: "Hoy ya marzo, otra vez, tanto tiempo te has ido /que recuerdo el dolor que te produjo /amar la libertad como la amaste". (a su padre). "En él deja que penetre también el futuro: En el lado feliz / mis nietas me saludan /con el jolgorio de los días de fiesta. /Ríen, saltan, se combaten entre ellas mismas /la alegría de ver la vida como un río sin fin, /sin fondo. Como si el mar/ llegase a nuestra puerta".