Opinión | el triángulo

Salud, república y ¿convivencia?

Apenas duró cinco años, pero el modo en que terminó, con un golpe de Estado y una guerra civil, marcó para siempre a los españoles

La vida es un carrusel en el que a ratos nada tiene sentido. Otros, en cambio, tiene todo el del mundo. Los contrastes son constantes e inevitables. Nacimiento y muerte, alegría y pena, orden y caos... Mientras ayer 6.000 personas corrían la 10K y la maratón en Zaragoza, otras tantas aplaudían detrás de las cintas del recorrido y decenas atendían las terrazas donde no daban abasto para servir vermús y patatas bravas. El ambiente y el calor eran formidables. Las risas y los brindis se escuchaban por toda la plaza del Pilar. Sin embargo, a unos 7 kilómetros de allí, un grupo de ciudadanos celebraba otra cosa bien distinta en el cementerio de Torrero: el 93º aniversario de la proclamación de la II República. Como cada 14 de abril, algunos españoles siguen conmemorando el retorno del pueblo al gobierno y el exilio del rey Alfonso XIII.

Además, lo hacen con la satisfacción de la forma en que lo consiguieron, mediante elecciones municipales y sin armas. Apenas duró cinco años, pero el modo en que acabó, con un golpe de Estado y una guerra civil, marcó para siempre la convivencia entre españoles. Casi un siglo después, ese optimismo republicano va de la mano con el sufrimiento de hijos y nietos por sus familiares, aún enterrados en cunetas. Les resulta difícil olvidar el dolor y la muerte durante la contienda bélica, así como la humillación y la persecución posteriores. El empeño de los ganadores por marcar el camino sin generosidad, pero, sobre todo, por enmascarar su todopoderosa situación de una coexistencia pacífica tenía fecha de caducidad. Casi 40 años de dictadura de privilegios y prebendas para una parte de la sociedad quedaron ciertamente diluidos con una Constitución consensuada que abría el camino a la estabilidad política y, por encima de todo, a la democracia. Se quería así borrar el rencor y el tormento de la otra parte de ciudadanos que hoy en día sigue ignorando dónde están sus muertos.

Los gobiernos de Zapatero y Sánchez han dedicado parte de sus políticas a resarcir a esas familias que gastan recursos humanos y materiales en buscar a sus padres y abuelos fusilados. La extrema derecha ha optado por derogar cualquier ley que vaya en esa dirección. Prefiere que cientos de españoles sigan sin recibir las flores de sus seres queridos y, además, les explica que lo hace por concordia. Partidos como Vox creen que es mejor no destapar nada, ni rebuscar, ni alborotar, que ya se sabe que lo que se remueve, huele. No así con algunos políticos fallecidos antes de 1978, cuyo traslado ha supuesto para ellos una ofensa contra la dignidad. Lo que ocurre es que, para algunos, no todos los muertos son iguales. Que se lo digan a los palestinos. n