Opinión | EL TRIÁNGULO
Se vaya o se quede un presidente
Los adversarios se han convertido en enemigos, algunos medios en juez y parte, y un porcentaje importante del electorado en un rebaño
Desde que Pedro Sánchez ha apretado el botón rojo del frenético ritmo y ruido político, pocas han sido las voces que han optado por la prudencia y el silencio. Prácticamente todos, especialmente la oposición, han redoblado sus ataques y endurecido sus palabras hacia el todavía presidente de España. Ni un segundo de serenidad, comprensión o empatía. Egocéntrico, egoísta, ganas de hacerse de la víctima, estratega, interesado... no han cesado los insultos por parte de los mismos que, según denuncia el presidente, le han llevado a situarse en la rampa de salida. Los adversarios se han convertido en enemigos, algunos medios de comunicación en juez y parte, y un porcentaje importante del electorado en un rebaño con pastor desconocido.
Cinco días están siendo demasiados para algunos para reflexionar, analizar y tomar una decisión trascendental. Les resulta un tiempo excesivo. Se compartan o no las formas del presidente del Gobierno, podría resultar inteligente aprovechar ese forzado alto en el camino para detener las máquinas y pensar si vamos en el camino correcto, ese por el que al menos deberíamos avanzar hacia un mundo mejor. Se supone que ese es el objetivo de cualquier sociedad en un tiempo determinado, evolucionar hacia un futuro más próspero.
Desde hace tiempo, vemos un repunte de comportamientos racistas, xenófobos, machistas y homófobos que, lejos de provocar una reprimenda colectiva, engorilan a afines sin ningún tipo de rubor. Gritos de aficionados a jugadores negros en campos de fútbol, jugadoras de tenis preguntadas por los kilos cogidos tras abandonar la alta competición o adolescentes que inocentemente juegan en redes sociales a decir por qué se sienten de su tierra y solo reciben comentarios xenófobos dudando de su origen por el color de la piel. Migrantes señalados y retratados en pseudomedios de información tras llegar en patera, ciudadanos que explican a cara descubierta que tienen miedo de los que llegan de fuera por el hecho de venir de África o partidos que siguen enfrentando a oriundos con extranjeros obviando que las grandes naciones históricamente siempre han sido levantadas por manos de todos los colores.
Esto es una parte de España ahora mismo, la que se mantiene en silencio, se mueve en los márgenes y reza cada noche para que el destino les tenga preparado un golpe de suerte. Un país compartimentado y hermético es un país dividido e individualista. Quizá esa sea lo que quieran algunos, el Estado de unos pocos para unos cuantos acomodados, de costumbres similares y con apellidos compuestos. El peligro de las burbujas es que, tarde o temprano, se pinchan. Se vaya o se quede un presidente.
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