Opinión | Obituario

Sorolla, 'Soro', el guardián de las esencias

José Antonio Sorolla (La Fresneda, 1950 - Barcelona, 2024) fue director adjunto de EL PERIÓDICO entre 1990 y 2006 y miembro del equipo fundacional del diario. Redactor jefe de 'El País' en Barcelona y posteriormente corresponsal en París de ese mismo diario de1982 a 1990

José Antonio Sorolla.

José Antonio Sorolla. / El Periódico

Era una eliminatoria de Champions, yo qué sé, un Olympique de Lyon-Barça, y como él estaba de corresponsal de El Periódico, en París, me sugirió si me parecía bien que se desplazase a la ciudad francesa para ayudar al enviado especial que cubría el partido.

José Antonio Sorolla era un loco del fútbol. Perdón, un loco del Barça. Evidentemente, por contagio, especialmente, con Antonio FrancoJavier Batalla y mi hermano Carlos, tres de sus compinches de estudios, trabajo y amistad.

Le dije que sí, claro, y quedamos que escribiría una segunda pieza, una contracrónica, un texto ambiental, bullicioso (bueno, tratándose de él, no tan bullicioso) para completar las tres páginas que íbamos a publicar sobre el partido.

El problema fue que él nunca, jamás, estuvo acostumbrado a las prisas. Odiaba las prisas. Ya ni les cuento si las prisas venían impuestas por el cierre de las páginas del diario, que, ya en esa época, era draconiano.

Malditas conexiones

El caso es que, en efecto, acabó el partido a las tantas (como siempre) y su pieza no llegaba. Era él, para nosotros un ser único y un profesional espectacular, así que aguanté todo lo que pude hasta decirle “¿qué?, José, ¿cómo tenemos eso?” La pieza ya estaba escrita, pero… le fallaba la tecnología, la conexión. “Yo no entiendo cómo podéis trabajar así, deprisa, corriendo, sin poder reflexionar, sin pausa, sin calma, sin releer las cosas. Y, encima, las conexiones. Esto es horrible, muy estresante”.

Y le dije, bienvenido al club, así es como trabajamos los periodistas de Deportes en hora punta, de noche, con la madrugada encima y el tipo del cierre quejándose de que no llegan nuestros textos. Amigo, nada que ver con la calma del corresponsal en París.

Sé que muchos de ustedes (demasiados), se estarán preguntando de qué y de quién me habla este hombre. Hacen bien. Esa fue la grandeza de mi amigo Sorolla: no aparecer en ningún sitio y ser imprescindible en todos. Eso, que fue una de sus muchas virtudes, ya no es apreciable en este mundo, en esta vida y, mucho menos, en nuestra profesión, que ha cambiado tanto y que él odiaba. El cambio, digo.

Aquel que te protegía

Sorolla era quién estaba detrás de todos, empezando por el gran, el monstruoso, el único, el jefe, su amigo del alma Antonio Franco. El mundo de Franco era, en muchos momentos, por vivo, por pasional, por riguroso, por exigente, inaguantable, todo hay que decirlo. Y ahí estaba Sorolla para poner pausa, serenidad, un “vale, Antonio, así lo haremos, pero déjalo en mis manos”. ¡Uf!, eso era agua bendita.

Todas las redacciones necesitan un Sorolla. Todas. Y las que no lo tienen, viven inmersas en el caos. Sorolla era la pauta, la reflexión, el que evitaba la gran errata, el que decía “esto no se puede hacer”, el que se sorprendía porque alguien cometiese el más bobo de los errores, pero él lo arreglaba y, encima, le daba una palmadita en el hombro al protagonista para permitirle dormir esa noche.

Sorolla también era así con sus amigos, a los que protegía desde la distancia y, sobre todo, a los que jamás se atrevió a dar un consejo, una sugerencia, un aviso, hasta que se lo pedían. Él sabía de todo, lo leía todo, se interesaba por todo (sí, era un gran cotilla, vale ¿y qué?), especialmente le gustaba y sabía de política, internacional y deportes.

Gracias por todo

Sorolla se ha ido como muchos de los que él siempre protegió. Muchos de los grandes periodistas con los que trabajó José Antonio Sorolla fueron grandes, son grandes, porque lo tuvieron al lado. Evidentemente, algunos se lo agradecieron en vida y otros, tal vez, sigan pensando que lo son por ellos mismos. No les crean. Sé de lo que hablo, esos, sin ‘Soro’, hubiesen sido del montón.