POLÍTICA EDUCATIVA

La escuela rural en Aragón y las mil caras de la moneda

Reabrir un colegio rejuvenece a cualquier pueblo, pero la continuidad es cada vez más difícil por las dificultades del medio y la falta de servicios básicos

«Vivir aquí es calidad de vida, es respirar aire puro, aunque también hay debilidades. Estos días me he dejado contagiar por la ilusión de todos», confiesa el director del colegio de Jaulín, que vuelve a estar operativo con cinco alumnos

Las puertas del colegio de Jaulín, el pasado viernes, abiertas tras reabrir el centro este curso.

Las puertas del colegio de Jaulín, el pasado viernes, abiertas tras reabrir el centro este curso. / SERVICIO ESPECIAL

Ana Lahoz

Ana Lahoz

Hay un tópico que se repite en cada comienzo de curso y tiene que ver con esa vuelta a la vida que experimentan los pueblos que consiguen reabrir su escuela rural tras años en el olvido. No por tópico es menos ilusionante o menos verdad. Porque lo cierto es que tener colegio rejuvenece a cualquier municipio.

Hay otra cosa que se sucede cada mes de septiembre y es que esa alegría de volver a abrir las puertas de un centro rural va por barrios. Unas veces les toca a unos y otras a otros. En una tierra despoblada como Aragón, la continuidad no está garantizada para ninguno de ellos porque cada vez nacen menos niños, porque para vivir en un pueblo hacen falta servicios básicos que no siempre se dan y porque hay familias que están de paso al ver que el futuro no pasa por allí.

La cara A de la moneda este curso está en Jaulín (Zaragoza), que ha reabierto su colegio con cinco niños. La cara B ha sido en Gotor (Zaragoza), que ha tenido que cerrar. Y la cara más garantista está en Bello (Teruel), por ejemplo, que abrió su escuela rural en 2017 y desde entonces mantiene una buena dinámica de escolarización que le hace tener este año 19 estudiantes.

Alumnos de Bello durante un taller sobre naturaleza.

Alumnos de Bello durante un taller sobre naturaleza. / CRA CAMPO DE BELLO

«Para mí esto es una vocación. Mis 15 años de maestra los he desarrollado en el medio rural y estoy muy contenta. Vivir en un pueblo tiene muchas ventajas y te permite formas de educar totalmente diferentes», señala a este diario María Pilar Ibáñez, directora del Centro Rural Agrupado (CRA) Campo de Bello desde hace tres años. «Las fortalezas son muchas, pero también hay inconvenientes como la falta de servicios. Entiendo que eso pueda suponer un problema de adaptación para las familias, mientras que para los profesores pueden surgir problemas de conciliación», detalla Ibáñez. Aun con todo, asegura que los docentes «se van con tristeza» cuando cierran la etapa. «Que se marchen con la sensación de que dejan algo suyo en el CRA significa que lo hemos hecho bien. Es gratificante», cuenta.

«Aquí siempre luchamos por sobrevivir. Cuando llegué a la dirección me dijeron que era cuestión de tiempo, que el colegio volvería a cerrar, pero aquí seguimos a flote», señala orgullosa la directora del CRA de Campo de Bello, en Teruel

En Bello, este curso han logrado mantener el 75% de la plantilla docente del curso pasado. «Eso es una suerte porque ya conocen el colegio y el funcionamiento. Va todo mucho más rodado», dice Ibáñez. A este CRA acuden alumnos de Bello, Odón y Torralba, tres localidades con una población muy envejecida y en las que los nacimientos son cada vez menos. «Aquí siempre luchamos por sobrevivir. Cuando llegué a la dirección me dijeron que era cuestión de tiempo, que el colegio volvería a cerrar, pero aquí seguimos a flote», señala orgullosa.

Calidad de vida y un entorno natural

Los ánimos también están por las nubes este curso en Jaulín, que desde el 7 de septiembre abre cada mañana la puerta de una escuela que llevaba 9 años cerrada tras la llegada de una familia a la localidad. «Siento responsabilidad como director, pero es cierto que me he dejado contagiar por la ilusión de todos. Estoy viviendo con alegría que Jaulín vuelva a tener escuela porque cuando se cerró fue un mazazo», confiesa Sergio Álvarez, director del CRA_de Orba que agrupa a unos 140 alumnos Muel (la mayoría de ellos), Botorrita y Jaulín.

El aula de Jaulín, el pasado viernes, dispuesta para la clase.

El aula de Jaulín, el pasado viernes, dispuesta para la clase. / SERVICIO ESPECIAL

«Vivir en un pueblo es calidad de vida, es aire puro y tener tranquilidad. Todos nos conocemos y hay un contacto directo con el entorno natural que te permite otra forma de enseñar», reflexiona Álvarez, quien también apunta varias «debilidades» como falta de servicios como supermercados, farmacias, centro de salud o unas carreteras secundarias poco cuidadas.

«Estas cosas nosotros no las podemos cambiar y ojalá cada curso no tuviéramos que estar hablando de que cierran escuelas», lamenta Álvarez, quien espera un año «tranquilo, constructivo y en el que todo fluya», señala. En ese proceso estarán también los nuevos profesores que han llegado a Jaulín y que suponen «oxígeno» para la comunidad educativa. «Te abren la puerta la mundo, te ofrecen su manera de sentir la educación y su forma de pensar... Es una experiencia que suma para todos», añade. 

Donde no han podido recibir a nuevos maestros este curso ha sido en Gotor, en la Comarca del Aranda. Tras varios años con una matriculación a la baja y sobreviviendo con muy pocos alumnos, este septiembre ya no ha sido posible abrir ningún aula porque solo se contaba con dos estudiantes. "Es una mala noticia para todos y un momento de tristeza, recuerdos y mucha melancolía para antiguos alumnos y maestros que un día llenarons sus aulas de vida", señalaron vecinos del pueblo.

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