La opinión de Sergio Pérez

El viaje de Reynaldo Benito desde El Foro en 2002 a la cima en 2023

Reynaldo Benito, segundo por la izquierda, rodeado de sus directivos y Jorge Costa, propietario de Casademont, patrocinador del club.

Reynaldo Benito, segundo por la izquierda, rodeado de sus directivos y Jorge Costa, propietario de Casademont, patrocinador del club. / ÁNGEL DE CASTRO

Sergio Pérez

Sergio Pérez

Era el año 2002. En unos salones ubicados en los bajos del restaurante El Foro, el Basket Zaragoza 2002 realizó su presentación en sociedad y dio sus primeros pasos con toneladas de ilusión, grandes ideas, muchos sueños y numerosas dificultades. Por aquellos días la sede del club estaba ubicada en un modestísimo local en el interior del Caracol. El bebé empezaba a gatear con toda la vida por delante. Por allí andaban Pepe Arcega, a la sazón primer director deportivo, el entrañable Javier Loriente, que asumió la presidencia, Fernando Baena o Reynaldo Benito, por aquel entonces hombre de segundos planos y consejero de la sociedad.

El objetivo de todos ellos y de los que les acompañaron en el inicio del viaje era unánime: recuperar el baloncesto masculino profesional en Zaragoza, desaparecido desde 1996, y por supuesto alcanzar un lugar en la élite a no mucho tardar. El proyecto arrancó en la LEB Oro y la respuesta de la afición fue asombrosa: en pocos años el Príncipe Felipe registró entradas espectaculares, rondando los llenos a pesar de que a los sucesivos equipos les costó mucho ascender a la ACB, con varios reveses sonoros. No importaba. En aquel tiempo había algo que unía a todos los aficionados por encima de éxitos y desgracias: una energía común que circulaba de asiento en asiento en el pabellón, un sentimiento de pertenencia, una causa, un modo de vivirlo muy pasional y una fuerza colectiva tremenda para levantarse tras cada caída. Ir al Felipe los viernes por la noche era algo cercano al culto y la devoción.

Desde 2002, al Basket Zaragoza le ha sucedido como a cualquiera en la vida. Ha celebrado conquistas, muy especialmente los dos ascensos a la ACB o las semifinales en 2013, ha sufrido durísimas decepciones, como el descenso a la LEB nada más subir y un momento muy traumático: la muerte de José Luis Abós. En nada se parece aquel club a este de ahora. Por él han pasado cientos de jugadores, numerosos entrenadores y un buen puñado de directores deportivos y gerentes. Muchos trabajadores de mayor o menor rango que un día estuvieron ya no están. El nombre comercial del equipo también ha cambiado: primero fue CAI, luego Tecnyconta en una época de transición en la que el apoyo de la empresa de Emilio Garcés, fiel escudero de Benito, fue importante y en la actualidad Casademont, del Grupo Costa, cuyo apoyo ha sido vital para que todo esto haya sido posible.

Veintiún años después ahí sigue Reynaldo Benito, fundador de la sociedad en 2002 y su presidente desde 2007. De un tiempo a esta parte lo hace rodeado de un grupo de fieles, una estructura interna totalmente cambiada y un modelo de club renovado y multidisciplinar: ya no hay solo un equipo masculino, sino también uno femenino y una sección de balonmano.

Ha sido precisamente el Casademont femenino, cuyo nacimiento tomó forma durante el confinamiento, el que ha llevado al club y a la ciudad hasta la cima este pasado fin de semana con la conquista de la Copa de la Reina. Un extraordinario grupo de deportistas, dirigidas por un magnífico entrenador, capaces de jugar un baloncesto que conecta con la gente y con una empatía personal y colectiva dignas de estudio. Así, y con un importante soporte mediático, han llevado a Zaragoza a las portadas y a 10.800 personas enfervorecidas al pabellón con el triunfo de mayor relevancia del club en estas dos décadas.

En todo este viaje ha estado Reynaldo Benito, exjugador, persona discreta y un hombre fundamental para entender el baloncesto de Zaragoza en los últimos 20 años. Con sus aciertos y con sus errores, en un momento coyuntural bajo del equipo masculino, como hubo otros brillantes, Benito ha conseguido su principal propósito: que Zaragoza se mantuviera siempre como una plaza tradicional y con básket de élite. Merecidamente hoy saborea las mieles del éxito y recoge el fruto a tantos años de empeño y de esfuerzo personal y familiar gracias a un grupo de jugadoras grandiosas que han puesto en pie a toda una ciudad.