El escultor Jorge Oteiza falleció ayer a los 94 años en la policlínica de San Sebastián, donde estaba siendo tratado desde el 30 de enero de una neumonía."Soy el último escultor incómodo", decía de sí mismo Oteiza, un hombre contradictorio y vehemente que protagonizó sonados desencuentros con el gobierno vasco o con su colega Eduardo Chillida. Considerado un renovador de la escultura en España, un francotirador de las vanguardias, se había apartado del mundo del arte que acabó inspirándole sólo desprecio.

Oteiza murió tranquilo, sumido en "un estado de ensoñación", a causa de una parada cardiorrespiratoria según relató su médico, Gabriel Zubillaga. El artista fue empeorando hasta que dejó de comer lo que le gustaba, como las ostras, el chocolate o el puré de lentejas. Antonio Oteiza, su hermano, reveló que incluso le confesó que estaba "acostado con la muerte". La capilla ardiente se instaló en el Palacio de la Música de Zarauz. Oteiza será enterrado en Alzuza (Navarra).

Del complejo contexto sociopolítico en el que Oteiza había desarrollado su obra da fe la durísima declaración emitida ayer por el artista Agustín Ibarrola, objeto de amenazas por parte del entorno de ETA. En la nota, Ibarrola asegura que la obra de Oteiza, "constituye un patrimonio que está por encima de las vicisitudes del nacionalismo", y advierte contra la manipulación de que puede ser objeto su figura.

EL ABANDONO

Jorge de Oteiza y Embil (Orio, Guipúzcoa, 1908) flirteó con la medicina y la linotipia hasta que en 1928 realizó sus primeras esculturas. En 1935 viajó a Suramérica donde ejerció la docencia y destacó por su activismo en defensa de la idiosincrasia vasca. Tras regresar a España en 1948, ganó por concurso la realización de las esculturas de la basilica de Aránzazu que proyectaba el arquitecto Sainz de Oiza y que no se instalaron en hasta los años 70. En 1959 abandonó la escultura y se dedicó a la poesía y a la antropología.

Y, sobre todo, a protagonizar abundantes polémicas de tipo cultural y político, como la que le enfrentó con Chillida, a quien acusaba de plagio. "Chillida es tonto. Se puede colgar un jamón, no una escultura", afirmaba. En 1997, tras tres décadas de enfrentamiento, los dos escultores se reconciliaron bajo una escultura titulada El abrazo .

Oteiza aseguraba que la escultura le interesó desde niño, cuando cogía una piedra de la playa de Orio o un trozo de masilla de cristalero. En escultura, dijo, "rechazo lo que no sea esencial, lo que no responde a una verdad constructiva. Adornar, decorar, vaya porquería", decía. Oteiza, que se definía como "biólogo del espacio", creó su propia teoría del arte, donde combinaba los lenguajes matemáticos y la fisión nuclear con un sentido vasco de la historia tan peculiar que le enemistaba con casi todos.

Su escultura se nutría de las formas arcaicas y primitivas y se caracteriza por la transformación depurada de la forma geométrica del cubo, por el ensamblaje de planos y las desocupaciones del espacio.En 1988 protagonizó en Barcelona, Madrid y Bilbao una antológica de la mano de Margit Rowell titulada Oteiza. Propósito experimental . Haciendo de guía de sus esculturas, que acariciaba con unas enormes manazas de piel finísima decía: "Estoy en contra de todo. No creo en nada, nada me interesa. El mundo actual del arte es un gran zoológico y el artista actual está en jaulas, domesticado".

Amargado por la instalación del Guggenheim Bilbao, (llegó a denunciar por ello al presidente del PNV Xavier Arzalluz) anunció su retirada. "Soy viejo, enfermizo, sentimental y llorón", declaró en su despedida. En Alzuza le aguardaba desde hace años, junto a la sepultura de su mujer, Itziar, una lápida con su nombre y su fecha de nacimiento, 1908. Ayer la lápida se completó con la fecha de su muerte.