A la vuelta de Año Nuevo Carlos Aranda espera conocer si el Real Zaragoza le autoriza a escuchar ofertas para cambiar de equipo en busca de más protagonismo y minutos más importantes. No es que el delantero esté a disgusto. Es que le gustaría estar más a gusto. Aranda es un nómada del fútbol, un inconformista, un jugador inquieto que siempre quiere más. La apertura del mercado invernal, y la consiguiente posibilidad de ejecutar movimientos, vuelve a reabrir su caso. Ya hay varios clubs, como el Granada, con la caña preparada.

Para el Real Zaragoza se trata de un futbolista tremendamente útil, suplente pero con nivel de titular, capaz de ofrecer rendimiento instantáneo juegue 90, 45 o 30 minutos. Un nueve perfecto para el rol que el equipo necesita. Un gran suplente de Postiga con gol, potencia, una habilidad innata para esconder el balón y dos únicos hándicaps: sus constantes molestias físicas y ese carácter díscolo y permanentemente agitado.

Aranda es un jugador importante, pero no intocable. No es Postiga. El club ha de gestionar el caso con tacto, pero con firmeza. Siempre teniendo claro, que lo tiene, que el delantero jamás saldrá sin antes tener atado un recambio de su nivel. Y que si finalmente se queda sea habiendo hecho el trabajo necesario para que lo haga con la mejor disposición y asumiendo su rol.