LA MONTAÑA EN ARAGÓN

El grito en el silencio

La chesa Nieves Gil asciende con Lucía Guichot al mítico Fitz Roy chileno por la ‘Supercanaleta’, sumando una trayectoria referencial de compromiso sin alardes

Nieves y Laura, en la cima.

Nieves y Laura, en la cima. / SERVICIO ESPECIAL

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

Esos silencios que lo dicen todo. Porque son el amasijo de emociones que chocan en un corazón inmenso. De esa mezcla de tristeza honda con la esperanza más plena, de la ceguera por tanta belleza y el suspiro de alivio del riesgo doblegado, de la heladora nostalgia de la pérdida y el gozo abrasador de la aventura conquistada. Son esas sensaciones que se quiebran en la garganta para cortar las palabras de Nieves Gil al revisar esa última pisada en la rimaya del Fitz Roy derrotado, en ese sordo homenaje a la amiga Amaia que ahí quedó y siempre está, la firma del compromiso brutal por el alpinismo puro, la de ser un referente… todo sin quererlo, solo queriendo ser y vivir sin alardes.

Nieves Gil suma y sigue. Sin hacer ruido en su grito de silencio está elevándose entre los hitos del alpinismo aragonés. Esta chesa viene de un mes en Patagonia donde se ha comido otro clásico «que a todos los montañeros nos gustaría subir». Si domó al ogro Eiger, devoró al Gran Capitán por The Salathe Wall, dobló al Chekigo en Himalaya, ahora tacha el colmillo afilado del Fitz Roy por la Supercanaleta en una progresión alpina de 1.600 metros de roca, mixto y hielo de estética desgarradora.

Lo hizo con su inseparable Lucía Guichot, «mi supercompañera», unidas desde que formaron parte del equipo nacional de alpinismo, y ahora una cordada histórica. Es la segunda femenina en superar esta vertical de sextos en roca-mixto y 80º de hielo tras Raphaela Haug, Laura Tiefenthaler y Babsi Vigl (2020) algo que «me da igual, me la suda. Tenía previsto venir con nosotras Albert Salvador. ¿Hubiera tenido menos mérito entonces? Ha sido una experiencia superchula, con eso me quedo. Entiendo que se nos pueda ver como una referencia, pero nosotras solo hacemos lo que nos gusta», juzga con sinceridad.

Nieves y Laura expresan su alegría ante las moles del Chaltén, con el mítico Fitz Roy derrotado y el Cerro Torre.

Nieves y Laura expresan su alegría ante las moles del Chaltén, con el mítico Fitz Roy derrotado y el Cerro Torre. / SERVICIO ESPECIAL

Tenían ganas de gigantes. Aplazaron viajes en verano y otoño y ahora tenían vacaciones. ¿A dónde vamos? ¿A Pakistán, a Perú, a Chile…? Donde fuera. «No ha sido un proyecto buscado. Surgió. A Patagonia siempre quisimos ir. Oriol (Baró), que conoce bien la zona, nos ofreció ir y nos juntamos. Iba a venir Laia Duaigües, pero tenía molestias. Fuimos a Cerro Castillo donde hay mejores condiciones, aunque nos reservábamos el Chaltén si se presentaba una ventana buena de tiempo», afirma Nieves.

Días de compañerismo, de escalada deportiva, de exploración de valles recónditos y de aproximación al Cerro San Valentín para investigar «el viote que harían los chicos» (Martín Elías, Oriol Baró y Nicolás Tapia abrieron la arista norte con una progresión de 4.000 metros). El barómetro indicaba que la oportunidad se abría de lunes a sábado. No lo dudaron, se piraron al mordisco de los dientes afilados del Chaltén. «Es impresionante cuando los ves, te quedas boba. Es cómo imaginas, incluso más grandes. No sabíamos si ir al Cerro Torre o al Fitz Roy (Cerro Chaltén), aunque un amigo argentino en Alpes nos había hablado de la Supercanaleta, más alpina en estos meses con condiciones de hielo y nieve. No teníamos nada decidido», detalla la aragonesa.

Con mucha cabeza

Sorprendidas por tanta soledad, fueron abriendo huella en una aproximación de dos días hacia la pared condicionadas por el viento. Su progresión ha sido calculada, con una estrategia meditada y táctica, simplificando riesgos. «Fuimos hasta pie de pared, revisando la línea y percibiendo si había desprendimientos. Nos sorprendió que no cayó nada y que no había nadie. Estar solas es un privilegio, pero una responsabilidad, porque cualquier cosa puede pasar, que se rompa la cuerda, perder un crampón… y no hay helicópteros, lo que dificulta los rescates», avisa la alpinista.

1.600 metros de escalada por la vertiente Oeste con la incógnita de las condiciones. Arrancaron a la 1.00, con el frontal, en ensamble «y echando a suertes los largos». El primer obstáculo importante era un bloque empotrado al que seguía una supuesta cascada de hielo que encontraron en mal estado. «Estaba derretida, en mixto. Luego avanzamos, hacía calor y la nieve se había transformado. Al no verlo seguro hicimos un descenso para vivaquear fuera de la exposición y decidir si seguíamos, aunque rapelar desde allí era una liada».

En la cima.

En la cima. / SERVICIO ESPECIAL

La helada nocturna abrió una puerta de avance sólido hasta al tramo de roca «sin quitarnos el equipo de dry tooling» (crampones y piolet) hasta alcanzar la arista. «Vimos que ponía que quedaban cuarenta minutos a cumbre. Eran las 19.00 y no daba tiempo llegar a los rápeles. Decidimos dormir allí, en una cornisa las dos juntas. Fue una noche preciosa, con vistas al Cerro Torre, llena de estrellas, preciosa».

El hielo dificultó el acceso a cima y, tras tres horas, compenetradas, renunciaron porque «estábamos satisfechas con lo que habíamos hecho y no vimos necesidad de más». Quedaba la laboriosa faena de montar veinte largos de rápel de la vía francesa y la temida Brecha de los Italianos por la Cara Este. «Hay que llegar pronto para tener seguridad con la nieve compacta. La alcanzamos a las cuatro, demasiado tarde. Estábamos cansadas y hasta nos echamos una siesta».

Amanecieron a las 5.00 y en su sexta jornada bajaron con precaución hasta el final, hasta el abrazo emocionado, hasta ese mismo lugar donde hace casi un año quedó sepultada en una grieta su amiga Amaia Agirre, compañera en el Chekigo. «Si cada día la tengo presente, imagínate allí. Fue una despedida para entender mejor qué paso. Teníamos dudas antes de ir, pero luego no lo hablamos mucho, ni quisimos pensarlo. Fue muy emocionante recordarla y, a la vez, estábamos muy contentas de que no nos hubiera pasado nada, aliviadas de hacer todo bien en una aventura tan bonita y eufóricas por compartir esa experiencia». Y las que quedan.