Hace ya muchos años que las bolsas de patatas de El Gallo Rojo se metieron de lleno en el imaginario colectivo de los aragoneses. La sobreoferta de marcas en este sector ha sido brutal, pero casi todo el mundo en Zaragoza recuerda ese color amarillo. La firma cambió a principios de año el diseño de sus envases para renovar su imagen corporativa, aunque el sabor sigue siendo el mismo. De hecho, es prácticamente idéntico desde hace más de 40 años.

Los orígenes de la empresa, ubicada actualmente en el polígono Casaza de Utebo, se remontan a 1969. Ese año, dos hermanos zaragozanos decidieron abrir una fábrica de patatas fritas en la carretera de Logroño y empezaron a servir sus productos a los pequeños comercios. Hoy, la compañía, que trasladó sus instalaciones a principios de la década de los 80, fabrica un millón de kilos de patatas al año, emplea a 15 personas y distribuye sus artículos en las cadenas de distribución más importantes (Carrefour, Alcampo, Sabeco, El Corte Inglés, Dia,...).

La firma busca ahora dar el salto fuera de las fronteras aragonesas. "Ya tenemos presencia en ciudades como Logroño o Pamplona, pero queremos establecer nuevas relaciones comerciales con diferentes distribuidores para llegar a otras comunidades", explica el director de márketing del grupo, Gonzalo López.

Y es que la empresa ha vivido una auténtica revolución en los últimos años. En el 2008, pasó a manos de otro grupo aragonés y se modernizaron las instalaciones y la maquinaria de la planta con una inversión de 100.000 euros. Como consecuencia de esta operación, El Gallo Rojo quedó integrada junto a la marca de frutos secos Buenola en la empresa Tostados de Calidad SL. Asimismo, a principios de este año se acometió una ambiciosa campaña para renovar el logotipo y el diseño de las bolsas. "Estaba un poco obsoleto y teníamos que actualizarnos", comenta López, que destaca, además, el lanzamiento de nuevos productos. "Hemos sacado palomitas de maíz, patatas con sabor a bacon y queso, a jamón y otras fritas con aceite de oliva", indica.

Casi como en casa

Lo que ha permanecido casi inalterable es el proceso productivo. "Cada semana nos traen las patatas, que proceden de Aragón, y las metemos en unas tolvas llenas de agua donde se lavan. De ahí, pasan a unas cuchillas donde se pelan y después se vuelven a lavar. Se secan, se cortan y pasan al tren de fritura y luego a la saladora", explica López. El único paso algo más complicado es el que se encarga de cortar las patatas de forma ondulada y el que aplica el saborizante. "Todas las líneas están automatizadas, lo que nos permite ganar productividad", subraya López. Quizá, ese sea el secreto: un proceso sencillo y tradicional para que el sabor de las patatas sea como el de casa.