El territorio que ocupamos posee (no siempre) casi todos los elementos necesarios para vivir. En él hallamos los recursos básicos para nuestra supervivencia y desarrollo, es el espacio que nos acoge y hospeda, con el aire, el agua, la luz...

El aprovechamiento del mismo ha sido más o menos sostenible en el tiempo; pero conforme el hombre ha ido adquiriendo mayores conocimientos técnicos y científicos, también ha ido aumentando la capacidad de alteración de la naturaleza y del entorno, poniendo en grave riesgo el equilibrio que hace habitable al planeta. Habría que esperar de la conciencia humana y de los avances científicos y tecnológicos una mejor respuesta a la problemática ambiental.

El paisaje es como la configuración de un territorio que hemos ido forjando y transformando a lo largo de los siglos y que, con más intensidad en las últimas décadas, hemos estado alterando y deteriorando, convirtiéndolo en muchos casos en un anuncio de consecuencias alarmantes e insufribles.

El paisaje es, en definitiva, algo vivo que evoluciona temporalmente como consecuencia de los procesos naturales y las intervenciones humanas. Con frecuencia, olvidamos que lo verdaderamente importante para la vida es gratuito --aunque a alguien le cueste entenderlo-- y está al alcance de todos: respirar aire limpio y sano, recibir la luz del sol que nos alumbra, escuchar los sonidos y percibir los aromas, disfrutar del paisaje que nos rodea, de las playas y montañas, de los ríos y lagos, recorrer los caminos... La percepción del entorno es importante para el bienestar y la calidad de vida. El buen gobierno del territorio y el mantenimiento del paisaje es responsabilidad de todos.

No hay hombre sin paisaje, ni paisaje sin hombre. Porque es la mirada del hombre la que define como paisaje lo que naturalmente era sólo territorio.

ROBERTO DEL VAL