Aragón afronta el quinto año de crecimiento económico. El último lustro apenas ha servido para salir de la UCI, pasar a planta y obtener el alta médica tras el azote de la crisis más devastadora de los últimos decenios. Sin embargo, desde el 2013, la comunidad -y España en general- no ha sabido aprovechar la inercia positiva para afrontar el gran problema de su economía: la baja productividad. En estos cinco años de bonanza -principalmente del 2015 al 2018— se han dado pasos en la buena dirección, pero no se han interiorizado algunas de las lecciones clave que ha ofrecido la crisis.

El estudio Análisis para la mejora de la productividad en Aragón, elaborado en 2012 por la Universidad de Valencia y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) -uno de los más prestigiosos del país-, ya ponía el acento en los factores que por entonces frenaban el avance de la competitividad del tejido productivo aragonés. El primero de ellos era la dualidad del mercado laboral. «Resulta urgente reducir el peso de los trabajadores temporales», decía el informe. Hoy, seis años después, la precariedad laboral, la inestabilidad del empleo y las bajas expectativas salariales siguen azotando a miles de trabajadores y, por supuesto, a miles de empresas de Aragón.

Hoy se conocerán los datos de desempleo correspondientes al mes de octubre y seguirá sonando la triste melodía de la temporalidad. Casi el 90% de los contratos que se firman en la comunidad tienen una fecha de caducidad demasiado corta. Un dato ilustra esta realidad: si hace diez años un aragonés permanecía una media de 95 días en su puesto de trabajo durante los meses de verano, en el 2018 esta cifra se ha reducido a solo 40 días.

El informe del IVIE también ponía el acento en los salarios. En este caso, se incidía en la necesidad de ajustar su evolución a la productividad. La recomendación también parece haber caído en saco roto, al igual que la sugerencia de que las empresas de Aragón deberían hacer un esfuerzo por ganar tamaño, reduciendo el peso de las microempresas y elevando el de las de mayor tamaño. Y no será porque el mensaje no se ha repetido hasta la saciedad. Pero apenas se han producido movimientos en este sentido.

Tanto en la situación del mercado laboral como en el tamaño de las empresas, el sector público tiene algo que decir. Y si es pronto, mucho mejor. Bien es cierto que se han llevado a cabo avances en aspectos como la intensificación de la inversión en tecnologías, la creación de clusters que permitan generar sinergias y colaborar entre las empresas para contar con un sector más potente y más competitivo, así como incidir en el desarrollo de sectores estratégicos como la energía, la automoción y la logística. Pero de poco servirá todo esto si las empresas no se ponen manos a la obra para afrontar de forma definitiva su cambio de modelo productivo.

La conquista de la productividad debe llegar desde dentro de las propias empresas. Un trabajador cualificado y estable es mucho más productivo que tres temporales, y una empresa que asienta sus bases en su capital humano, la inversión en tecnología y en un proyecto a largo plazo tiene más números para conquistar el futuro. Eso, y no perder nunca de vista el conocimiento y la formación, esa gran olvidada durante la crisis económica que tantas lecciones ofreció y sobre la que no se ha tomado suficiente nota.

Ricardo Barceló es corresponsable de la sección de local de El PERIÓDICO DE ARAGÓN