No hay tiempo para las justificaciones ni para los paños calientes. Este fútbol que nos está tocado vivir y sufrir, una auténtica monstruosidad que tan solo persigue saciar el apetito económico de quienes lo dirigen, se tragó anoche al Real Zaragoza, a un forzudo que antes de la crisis sanitaria exhibía una salud espléndida y que contra el Alcorcón fue un extraño y pálido reflejo de aquel bloque homogéneo que robaba corazones en marzo. Hizo mucho el equipo aragonés para acabar triturado por su rival. En primer lugar presentarse tan mal trabajado para este tipo de encuentros que se alargan hasta la eternidad sin más paraíso que hallar el triunfo sin atender a las formas. Cuesta entender que, salvo Guti, el resto de los participantes salieran al campo con el depósito tan vacío ante un Alcorcón musculado por su mejor apuesta táctica y por la entrada al terreno de Sandaza, un bestia que se puso a roer los huesos de Atienza y El Yamiq como si fueran dos jilgueros. En este punto hay que detenerse. Para este Liga apresurada y sin público en las gradas, algo que debería haber impedido de por sí la puesta en marcha de semejante aberración, se necesita algo más que jugar bien o querer ser estiloso. Es otro deporte que premia la administración de los esfuerzos y que se alimenta de lo que hay en la despensa. El Real Zaragoza ha dispuesto siempre de una preciosa vajilla de titulares, pero no se ha distinguido por sus magníficos postres. En su menú se ha echado de menos a futbolistas de rescate, a profesionales que aporten mucho desde su condición de secundarios. Ros es una excepción. Con cinco cambios en la recámara, la estrategia se traslada a la buena gestión de esa ruleta más que a la pizarra semanal. Las primeras partes son letanías a la espera de que en las segundas, la falta de oxígeno en el cerebro y en las piernas conduzca al error. Atienza y El Yamiq sufrieron sendos desmayos frente a la corpulencia de Sandaza, que venía del banquillo con apetito y picardía. Deshuesado, sin ida amenazadora y con regreso paquidérmico, el Real Zaragoza acabó como un trapo y con Cristian expulsado. O aprende rápido las nuevas normas o en este estrecho callejón cualquier pandillero le va a regalar un navajazo.