El Real Zaragoza completó luego un mal partido, con pocos argumentos y dando un paso atrás en competitividad con respecto a sus últimas apariciones. Hasta la fortuna le abandonó. Sin embargo, la derrota en el campo del Girona estuvo absolutamente condicionada por el penalti por presunta mano de Jair decretado por López Toca al comienzo, de señalización difícil de entender cuando es complicado llegar a esa conclusión tras ver la repetición de la jugada de manera reiterada (las tomas televisivas son de mala calidad). Por esa decisión y varias posteriores, especialmente un manotazo impune ‘amarillo-naranja’ de Aday en la cara de Sanabria y un agarrón a Adrián en el área local, el partido estuvo condicionado.

El arbitraje de López Toca fue pésimo. Hubo un rato largo, al inicio, que no dio una. En ese tramo ni siquiera vio lo que ocurría a su alrededor y acumuló fallos. Sin embargo, fue la acción del penalti la que determinó el encuentro, señalada por el propio colegiado y ratificada por Sagués Oscoz en el VAR, sin ni siquiera requerir a su colega para que fuera a verla en la pantallita para comprobar si lo que había apreciado era lo que realmente había sucedido y que con tanta severidad había juzgado, de modo ligero como tantas veces en este tipo de acciones.

La controversia con los penaltis por supuestas manos ha sido constante esta temporada como consecuencia de una reglamentación totalmente discrecional que provoca que ni jugadores ni entrenadores ni público sepan realmente qué es penalti y qué no lo es. No lo saben ni los propios árbitros, que interpretan con el criterio personal de cada uno de ellos y que hay veces que no son capaces de distinguir lo que sucede ni viéndolo repetido. De poco sirve entonces el VAR, una herramienta magnífica que bien usada mejoraría de manera sustancial la justicia en el fútbol pero a la que unos protocolos terribles y confusos y, sobre todo, algunos colegiados de bajo nivel, le están haciendo un flaco favor.