Me encuentro en un día de lluvia cualquiera, paseando en busca de serenidad y sosiego, pensativo y difuso, no sé bien si triste o ausente y vacío, en esos momentos es imposible no acordarme de Rocío a modo de salvavidas, mi Rocío, mi ancla y mis alas, colchoneta y trampolín, todo.

— Le regalaré una rosa, le gustará. Dije para mí.

Me dispuse a buscar la mejor rosa, fácil tarea para alguien acostumbrado a lidiar batallas más sesudas, pensé... pobre iluso.

Una rosa no es solo una flor, es un mensaje, y debía ser la rosa perfecta, pues ella lo es, mi mitad perfecta. Busco color, olor, tamaño, forma, debe tenerlo todo.

En la primera floristería dudo sobre si tendrán rosas, pero entro y pregunto, mi sorpresa es cuando me dicen,

— Ya no se regalan rosas, está pasado de moda, pero tenemos.

Lógicamente no eran las rosas que Rocío merecía, ese lugar era hostil para esa flor en concreto, en su aspecto se notaba el maltrato que había sufrido, por tanto, el mensaje que lanzaba no era el que quería mandar, puede que la propietaria haya sufrido algún tipo de trauma con las rosas, y ahora se lo hacía pagar.

— No, gracias, no es la rosa que busco.

— ¡Pero si todas son iguales!, gritaba con tono burlesco, mientras yo marchaba de ese sitio sin entender cómo alguien tan tosco podía vender artículos tan frágiles y delicados.

Sigo caminando inmerso en mi búsqueda pero, en todos los establecimientos encuentro pegas a las flores...

Me pregunto si tendría razón ese diseñador un tanto narcisista de una pequeña marca de ropa de hostelería cuando dijo que soy un tiquismiquis. Yo busco la perfección, debe ser porque siempre trato de acercarme lo máximo posible a ella cuando doy algo a los demás, pero parece que la mayoría de gente no ama lo que hace, o tienen el nivel de calidad demasiado bajo.

Entre en varios establecimientos más dedicados a flores, pero en ninguno tenían rosas que estuvieran a la altura de mi mujer, cuando de repente parece que acabo de encontrarlas, las veo expuestas en el escaparate de una pequeña floristería, entro y efectivamente eran perfectas. Pido que me deje verlas de cerca y... no huelen a absolutamente nada.

¿Cómo puede ser que una rosa no huela a rosa? La dependienta me explica que aquello del olor en las rosas quedó atrás, y que hoy en día la forma en la que se plantan y recolectan las flores se parece más al cultivo de patatas que a la jardinería. Enorme desilusión. Me marcho indignado, y de camino a casa veo que no voy a conseguir nada, ya todo está cerrando.

Hago una última parada, esta vez ni floristería ni nada por el estilo, entro en una tienda del barrio donde unas bonitas rosas se exponían junto a paraguas y unos perritos que giraban sobre sí mismos y emitían luz.

La rosa más normal del mundo para la mujer más increíble del universo, no tengo perdón, pero quiero regalarle una rosa hoy que no tenemos nada que celebrar, solo porque la quiero.

Perdí la oportunidad de llevarle rosas de mejores establecimientos porque no eran las adecuadas, y acabo llevándole esto...

Al llegar a casa hago entrega de mi pobre regalo, con algo de vergüenza y abatido por la frustración de no haber conseguido la rosa perfecta, pero por lo visto me equivocaba, si era perfecta, por la emoción en los ojos de Rocío lo supe. Tonto de mí, ella no quiere la mejor rosa del mundo, ella me quiere a mí.

Recibo un abrazo con un "te quiero" al oído, la rosa ya me da igual, mientras, ella pone la pobre rosa en un bonito jarrón a la luz de la venta.

Las rosas ya no huelen, pero no importa. Ya ni triste, ni ausente, ni vacío, gracias a Rocío.