La muerte, ayer, de uno de los policías españoles que custodian la Embajada de España en Kabul no puede ser considerada técnicamente un atentado a la legación diplomática, puesto que todo indica que el objetivo de los autores del ataque --en el que hubo dos muertos más y varios heridos-- era un hostal cercano. Pero se trata de una acción que recuerda a los españoles que en aquel olvidado y torturado país asiático la paz está muy lejos de ser una realidad. Y también que esta insoportable violencia enquistada es lo que empuja a huir a centenares de miles de personas que llaman a las puertas de Europa mientras los países del Viejo Continente --con la destacadísima excepción de Alemania-- intentan mirar hacia otro lado.

Para intentar comprender el auge del fundamentalismo islamista y su derivada actual del yihadismo hay que volver la mirada al Afganistán de 1979, cuando Estados Unidos apoyó y financió la guerrilla talibán como vía para combatir al Ejército soviético, que había invadido el país. Como se ha podido comprobar con la perspectiva que permite la historia, fue una decisión nefasta, puesto que sembró la semilla de un terrorismo que se reclama de matriz religiosa que luego se extendió, favorecido por varias circunstancias, por otras partes del mundo. Y en el 2001, tras el ataque a sangre y fuego en busca de Bin Laden decidido por George Bush a raíz de los atentados del 11-S, Afganistán fue doblemente víctima: de la misión/ocupación de las fuerzas de la OTAN y de una guerra civil que duró diez años y cuyas secuelas aún son espeluznantes.

VIOLENCIA DIARIA

De hecho, el sangriento atentado de ayer es uno más de los episodios de violencia que se suceden a diario en un país que los estados occidentales han dado poco menos que por imposible. España, que hoy cuenta en Afganistán con 21 soldados y una decena de policías, ha perdido en 13 años un centenar de soldados en aquella guerra, de la que probablemente no podía estar ausente. La lucha contra los talibanes será tan larga como la que combate al yihadismo --terreno en el que ayer hubo el éxito de la detención en Barcelona de un peligroso dirigente--, pero tanto en un caso como en el otro la victoria de la razón precisará de argumentos y estrategias que vayan más allá de la superioridad militar o policial.