El Periódico de Aragón

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José Antonio Mérida Donoso

EL ARTÍCULO DEL DÍA

José Antonio Mérida Donoso

‘Generalísimo’, el libro de Javier Rodrigo

El escritor no se conforma con reflejar el pasado de España, sino también su presente

La ola populista que recorre los discursos anclados en el pasado y que parecía haber alcanzado sus picos con Bolsonaro o Trump sigue más que presente, como muestra el triunfo del partido ultraderechista Hermanos de Italia, con Giorgia Meloni a la cabeza. En tiempos pretéritos, cuando los constantes exabruptos que tienden a protagonizar los dirigentes de Vox no copaban los medios, el abuso, más que el uso, de calificativos como «facha» «fascista» ya advertía de una banalización del pasado. Términos como neofascismo o postfacismo –tal y como se denomina a los partidos políticos que practican una forma modificada del fascismo y que, al mismo tiempo, participan en la política constitucional– advierten de una ambigüedad semántica que oscila entre lo nuevo y lo antiguo. Una perspectiva que puede fomentar la falta de proyección con el pasado de ciertos movimientos y partidos políticos ante el desconocimiento histórico que caracteriza la dictadura de la postverdad en la que vivimos.

En este marco, mientras la realidad se vuelve una ficción porosa en la que mucho parecen asentar ideales y vivencias, el falseamiento de la historia y su desafección parecen validar la manipulación partidista. Y francamente, aunque la política y la mentira suelan darse la mano con demasiada facilidad, en algunos las mentiras parecen adquirir una impronta cuantitativa y cualitativa inabarcable, hasta el punto de ser capaces de creerse sus propias mentiras. Una mecanización dogmática del pensamiento, un tipo de irracionalismo que se impone con la aquiescencia del presentismo y el adanismo en el que andamos sumergidos –cuando no ahogados– alejados de una mínima reflexión histórica que nos sirva de flotador. Su atractivo –el de la historia– parece haber dejado de ser una condición misma de lo humano, como llave del pasado y del presente que es, y la indagación histórica –en su función de verificar, confrontar, validar y permitir la reflexión crítica– una burda instrumentalización. Por eso mismo es de agradecer la obra de Javier Rodrigo Generalísimo. Las vidas de Francisco Franco, 1892-2020, no solo por su forma y fondo, ameno en su tono ensayístico, pero sin perder un ápice del rigor histórico al que nos tiene acostumbrados, ni siquiera por su acertada manera de abordarlo, al recoger los distintos relatos construidos sobre su vida, reales e imaginarios, mediante capítulos que recorren su vida desde las diversas denominaciones que le dieron y que se dio a sí mismo. Lo es, sobre todo, porque no se conforma por reflejar el pasado de España, sino también su presente –desde los motivos que se esconden tras el franquismo fetichizado y convertido en un meme de un antifranquismo sin franquismo capaz de aunar identidades– y porque, en esencia, la «maestría» –de magister, destreza de enseñar– con que esboza su perspectiva histórica nos permite incorporarla a nuestra visión de la realidad.

Un puzzle constituido por nomenclaturas que a modo de piezas –desde Paquito, Comandantín, General y Generalísmo, Caudillo, Su Excelencia, El jefe del Estado a Criminalísimo– nos permiten esbozar una suerte de metabiografía, un análisis caleidoscópico aglutinador de las narrativas de sus hagiógrafos y de sus críticos. Se traza así un recorrido que analiza su proyección de «salvador y padre de la Patria» y «cruel represor» a modo de análisis integrador que atiende a las «narrativas francógrafas» mitografías del «fantasma del Caudillo» y a la «figura execrable, objeto de mofa e insulto, de pintadas rosas en las estatuas» que llega a su configuración como uno de «los elementos catalizadores de la política española» y, por tanto, que acaba por adentrarse en el revisionismo al que fue sometido con el «apoyo implícito y explícito» desde la política institucional.

Su capacidad de revelar la realidad oculta, encubierta o disimulada bajo los mitos y las falsificaciones esbozadas en torno a él, Generalísimo es una obra oportuna y necesaria por recordarnos, en definitiva, que el tiempo actual no puede entenderse como consecuencia de un orden natural, sino como el producto de un proceso histórico. Y es que desde que la «postverdad» entrara a formar parte de nuestro argot en referencia a la distorsión y deformación de la realidad como ficción o juego especulativo al servicio de las emociones, las ideologías axiomáticas o el propio sesgo cognitivo, la labor de los profesionales de la historia más que haber ganado en relevancia se ha hecho imprescindible.

Cuando apenas somos capaces de deducir el tiempo en que nos movemos y todo lo referente a la memoria histórica –«las batallitas del abuelo cebolleta», decía un político que probablemente jamás había leído un cómic de la familia cebolleta de Manuel Vázquez, el mismo que presumía de ser ahistórico y, en consecuencia, ya ha caído en el olvido– parece acarrear una retahíla de descalificativos por parte de sus opositores es cuando más advertimos que la historia no puede ni debe ser reducida a un juego retórico. No se trata pues de hacer de ella una forma más de literatura o peor aún, un mero divertimento populista a modo de guante que lanzar al contrario. Porque la historia –valga la tautología– no es ni más ni menos que eso, historia. Y eso es, en definitiva, Generalísimo, un buen libro de historia.

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