Sala de máquinas
Guerra en el mar
La venganza de los seres marinos no era, simplemente, más que una cuestión aplazada en el tiempo hasta tanto sus especies no fueran capaces de ponerse de acuerdo en algún tipo de acción, depredadora o defensiva, contra el enemigo común: el hombre.
Eso es, esencialmente, lo que se plantea y sucede en El quinto día, una nueva serie de televisión dirigida por Frank Doelger: las criaturas oceánicas consiguen ponerse de acuerdo para desarrollar facultades intelectuales y tácticas y atacar a los seres humanos.
¿Por qué razón? No hace falta explicarla. Evidentemente, actuarán por causa del tremendo daño que los bípedos vienen causando a su entorno enviromental, a sus hábitats y sistemas de vida, a sus reservas de alimentación, oxígeno, plancton, nutrientes, a la higiene, salubridad y riqueza de todos los océanos y mares sin excepción, desde ese mar de Azov sembrado de minas a las antaño idílicas playas de Bali, salpicadas hoy de plásticos en las arenas, más plásticos entre las olas, más plásticos aún en el fondo de sus arrecifes… ¿Más daños enviromentales? El, al parecer, insoluble equilibrio entre la pesca de altura y la supervivencia de las especies amenazadas, la sistemática contaminación procedente de las desembocaduras de miles de ríos envenenados con vertidos y productos tóxicos, los motores de miles de barcos, los deshechos de miles de pueblos y aldeas carentes de sistemas de depuración… Todo ello ha convertido el salado elemento en la líquida mortaja de la tierra.
Bajo esa capa de veneno químico, respirando y digiriendo sustancias tóxicas, muriendo de chapapote, de fuel, de gas líquido, cachalotes y ballenas, atunes y orcas, pulpos y mantarrayas se conjuran en los capítulos de El quinto día para contrarrestar las agresiones sufridas por parte de la especie dominadora: el hombre. Sabedores de que en su elemento, el agua, es más débil, lo atacarán uniendo a sus descomunales fuerzas el elemento, la chispa que les faltaba: esa inteligencia animal siempre latente, pero que ahora, estimulada por el odio, se convierte en un arma letal, capaz de segar muchas vidas humanas. Incluso de declarar una guerra abierta, submarina, con un final imprevisible, sin acuerdo, pacto o armisticio posible: otra guerra mundial entre el hombre y las criaturas del mar.
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