SEDIMENTOS

Ahorro en quiebra

Carmen Bandrés

Carmen Bandrés

Hoteles, restaurantes, centros de ocio... abundan en una clientela fiel y obligada, incluso, a la reserva anticipada cotidianamente, pero al otro lado de la calle lo que prolifera es una masa ingente de personas que nunca pueden permitirse semejantes lujos. Tal y como vienen los tiempos, es de prever que la mayoría de los ciudadanos se integren, más temprano que tarde, en el círculo de quienes no llegan a fin de mes mediante sus ingresos regulares; es entonces cuando tal vez tengan necesidad de recurrir a algún ahorro generado en época previa a la de las vacas flacas, dinerillos sometidos en todo caso a la erosión inflacionaria y privados desde hace años de remuneración bancaria tangible, que no de corrosivas comisiones. Por su parte, algunos pensionistas vulnerables confiaron en su día su salvación al arriendo de algún pisito, quizá heredado, pero los gastos de mantenimiento junto a los de renovación y adecuación después de cada cambio de inquilino, unidos siempre a la inseguridad de cobro, mudan el alquiler en una apuesta arriesgada, todavía más sombría bajo los nubarrones que presagian las novedades legislativas anunciadas. Curiosamente, para salir de un mal paso transitorio subsiste todavía una fórmula añeja conocida de antiguo como Monte de Piedad, nombre que ya hace clara alusión a lo que representa: un recurso tradicional instituido hace más de tres siglos por las pretéritas Cajas de Ahorro para eludir obligaciones apremiantes, liberando al solicitante de la usura. Quienes cuentan con algún bien susceptible de empeño, habitualmente alhajas, pueden acceder a un préstamo con valoraciones ajustadas y mínimo interés, pues este servicio carece de ánimo de lucro, con la opción de recuperar más tarde la joya o pertenencia dejada en prenda. Aunque para ello, como es obvio, antes hay que cancelar el préstamo.

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