‘Manca finezza’

Dejo constancia personal de un deseo de millones de ciudadanos: una gran coalición del PP y del PSOE

Juan Alberto Belloch

Juan Alberto Belloch

Las elecciones del pasado julio depararon algunas buenas noticias. La principal es que contra todo pronóstico, la formación de ultraderecha obtuvo un resultado electoral insuficiente para ser determinante a la hora de formar un gobierno de coalición con el Partido Popular. La suma de los votos otorgados al PP y Vox no alcanza la mayoría necesaria para poder investir al señor Núñez Feijóo como nuevo Presidente del Gobierno Los socialistas han tenido, desde siempre, mayor facilidad que el PP a la hora de buscar y obtener la compañía de otros grupos parlamentarios. El PP ha contribuido tomando decisiones difíciles de entender, como la negativa de conceder a su único eventual socio un puesto en la mesa del Congreso. Es buena noticia que no se pueda formar el gobierno ultraconservador que supondría un retroceso en derechos y libertades. Cuando se le pase el disgusto, Feijóo comprenderá que la no formación de un gobierno «ultra» tiene ventajas también para el PP, por cuanto un gobierno de esta clase bloquearía toda posibilidad de un razonable giro hacia ese centro donde pacen los votos y donde se encuentra la mayoría social que en competición con el PSOE, puede permitirle gobernar con sus propios valores.

El brusco descenso de los votos otorgados a Vox se debe entre otras cuestiones al desgaste material de unas propuestas que asustan por un creciente radicalismo, y por sus desconcertantes litigios internos. Los votantes de Vox que antes fueron del PP le han dado una oportunidad que no ha sabido rentabilizar, por lo que han regresado al partido donde su voto podría ser útil para castigar a los socialistas y, sobre todo a Sánchez. Es preferible que gobierne una derecha civilizada a que lo haga un gobierno de coalición entre PP y Vox. Es bueno para la estabilidad de nuestro sistema democrático.

Lo más trascendente que ha sucedido es el descenso significativo del voto nacionalista lo que ha propiciado que partidos constitucionalistas como PSC y PS de Euskadi, ganaran las elecciones. Hasta aquí las buenas noticias pues el descenso de votos no se ha traducido en un paralelo descenso de su poder en el conjunto de la política española.

El PSOE, vencedor político de la contienda, conviene que tenga en cuenta que formar gobierno tras las elecciones generales o mantenerse dignamente en la oposición, no equivale a una especie de confesión general de suerte que, tras cumplir la penitencia, sea absuelto de sus errores políticos. La historia no comienza después de cada proceso electoral. Por el contrario, constituye una permanente y continuada acumulación de hechos que configuran un presente siempre dinámico. Los errores, como las enfermedades, dejan secuelas de mayor o menor gravedad que es preciso atajar antes de que cronifiquen.

El nuevo mapa político permite imaginar distintos escenarios. El primero, investir como presidente al máximo responsable del partido más votado o al que tiene un mayor número de diputados. Esta opción, en el mejor de los casos, plenamente legítima, chocaría con el inconveniente de la clamorosa soledad parlamentaria, lo que provocaría, desde el mismo momento de la formación del gobierno, serios problemas de gobernabilidad y de inseguridad jurídica y política. La eventual presencia de Vox en el Ejecutivo no mejoraría la situación dadas las diferencias programáticas con el Partido Popular y dada la franca hostilidad de la mayor parte de los grupos parlamentarios que en cualquier momento, podrían plantear una moción de censura o, simplemente, el bloqueo de su actividad política.

El segundo, repetir, con algunos matices la «sopa de letras» vigente en la última legislatura. Caldo difícil de cocinar pues falta la «finezza» de la que adolece tradicionalmente la política española, como observara el veterano político italiano Andreotti. Cualidad necesaria en dosis industriales para coordinar las políticas de unos quince grupos políticos que sólo tienen en común el autoproclamarse progresistas aunque algunos se encuentren ideológicamente en el siglo XIX. Es probable que sea esta segunda opción la que finalmente prospere. El tercero de los escenarios sería repetir las elecciones , y aunque todos los grupos afirman que sería un fracaso, no están haciendo nada para evitarlo. Sólo parece preocuparles la percepción que los ciudadanos puedan formarse sobre quién es el culpable del desaguisado. Una repetición electoral favorecería a los dos grandes partidos, PP y PSOE, al reconfirmar el bipartidismo imperfecto.

Dejo para el final la opción más sensata y preferida por una amplia mayoría de los ciudadanos. Me refiero a la formación de un gobierno de gran coalición del PP y del PSOE que permitiera excluir del panorama político la coacción y el chantaje practicado no sólo por los separatistas. Un gobierno que tendría legitimidad democrática para abordar la reforma puntual de la Constitución española, para abordar cualquier cuestión de Estado. Sé que es pedir demasiado en este dividido y enfrentado país pero me siento obligado a dejar constancia personal de un deseo compartido por millones de ciudadanos.

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