Ya han ‘pasao’

Lo más definitorio del carácter de Vox es ese regodeo que exhiben cada vez que logran uno de sus objetivos

En el triste abril de 1939 una cantante falangista, Celia Gámez, popularizó un infame chotis que pretendía burlarse de los derrotados riéndose a carcajadas y entonando el ¡Ya hemos pasao!, decimos los facciosos, ¡ya hemos pasao!, decimos los rebeldes. Aullaba Gámez el regocijo chabacano del vencedor, el regodeo a costa de las víctimas. Intentaba ridiculizar el lema del Madrid resistente, símbolo también de los antifascistas que veían cernirse sobre Europa los nubarrones del fascismo.

Cosas del subconsciente, o no, el 27 de mayo de 2019, Vox celebraba su entrada, la de Ortega Smith, en el Ayuntamiento de Madrid con una foto del Palacio de Telecomunicaciones, actual sede del consistorio madrileño, y el lema, estampado encima, de la rancia Celia Gámez: ¡Ya hemos pasao! Toda una declaración de intenciones.

Cuatro años más tarde, ya en 2023, dirigentes altoaragoneses de Vox explicaban que ellos no tenían líneas rojas para condicionar los gobiernos (tuvieron la delicadeza de no hablar de líneas azules), sino verdes, y explicaron que una de ellas era la clausura del festival Periferias que ese año, el pasado, celebraba precisamente su vigésimo tercera edición. La justificación era que dicho festival «solo sirve para regar a culturetas progres con cientos de miles de euros». Falsa, por supuesto, la cantidad, puesto que el modesto presupuesto del festival apenas ascendía a 130.000 euros, de los que el Ayuntamiento de Huesca ponía poco más de la mitad. Y reveladora la calificación, porque de lo que se trataba, precisamente, era de atacar a los «culturetas», que en la mentalidad de esos dirigentes solo pueden ser «progres».

Se pueden ponderar los beneficios que Periferias ha aportado a Huesca y sus ciudadanos. A la ciudad, porque el festival la había localizado en los circuitos culturales, dándole prestigio y presencia. Los y las oscenses, por su parte, habían tenido la oportunidad de acceder en su propia ciudad a contenidos culturales, a tendencias, que no suelen girar más allá de grandes poblaciones en las que la masa crítica de asistentes lo permite.

Pero nada de eso importa, porque, remedando la andrajosa Castilla de Machado, hay gentes que desprecian cuanto ignoran. Desprecio, reacción, rebelión, que diría Gámez, contra todo aquello que han interiorizado como la antiespaña. Demasiado tiempo rumiando resentimiento; ven la hora de sacar a la luz sus miedos y frustraciones y embisten contra todo aquello que consideran disolvente del nacionalcatolicismo que añoran, ya sean manifestaciones culturales o, como en el caso de la Memoria Democrática, el espejo en el que no quieren mirarse.

Pero lo más completamente definitorio de su carácter, lo que los emparenta con la idiosincrasia más reaccionaria, es ese regodeo que exhiben cada vez que logran uno de sus objetivos, como es el caso de Periferias. No contentos con haber impuesto al PP el final de la financiación municipal al festival (ni la DPH ni, por supuesto, el Gobierno de Aragón, también con presidentes del PP, han querido saber nada del asunto), los últimos días han pretendido hacer frente a las críticas que han cosechado desde múltiples frentes (culturetas progres, sin duda), improvisando una propuesta que seguramente les parecerá ingeniosa: subastar la «marca»; si tanto prestigio tenía Periferias, la ciudad, argumentan, puede sacar un sustancioso beneficio vendiendo la marca a cualquier localidad o promotor que quiera darle continuidad.

La ocurrencia, que pretende parecerlo, no está diseñada, obviamente, para ponerla en práctica, ni siquiera para establecer una sarcástica relación entre cultura y economía. La gracieta se dice para reírse, para carcajearse. El objetivo de Vox no es gestionar, proponer o debatir, sino imponer. Meros neoliberales doctrinarios en lo social y lo económico, su campo de batalla es la cultura, entendida ésta no como creación de símbolos y relaciones nuevos, sino como destrucción, precisamente, de todo lo que disloque su percepción tradicional de la vida social.

Y la destrucción de todo aquello que han visto crecer con disgusto en España en las últimas cuatro décadas solo se puede lograr con la imposición. Son «anti», como esos facciosos, esos rebeldes, que entraron en Madrid del brazo de Celia Gámez, solo que ahora van cogidos de otros brazos. Y les gusta el final del chotis: ja, ja, ja, ja ¡ya hemos pasao!

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