Opinión | EL ARTÍCULO DEL DOMINGO

La alargada sombra de Vox

El partido de Abascal aprieta en las instituciones en las que tiene capacidad de influir y altera la vida política aragonesa. Mientras, el PP comienza a acusar el desgaste de sofocar incendios

Gobernar es decidir, fijar prioridades, plantear medidas, obtener el respaldo suficiente para aprobarlas y, finalmente, ejecutarlas. Eso es la política y así ha de ser. Sin embargo, no siempre resulta sencillo plasmar en el día a día la acción política. En ocasiones hay que dialogar, ceder, dar el brazo a torcer y buscar soluciones alternativas, siempre y cuando esas medidas no vayan contra el espíritu del partido que gobierna o contradiga la hoja de ruta de quien capitaliza el poder. Es entonces cuando se entra en contradicción y la desafección por la política invade a los ciudadanos y se abre paso un malestar que conduce al desencanto y al populismo. Esta es la realidad por la que transita la política española en los últimos años, en la que el protagonista es el trazo grueso y descarado, ofensivo e irrespetuoso. En definitiva, la política emocional y de las redes sociales, el discurso facilón y poco argumentado y el golpe de efecto se han impuesto a las ideas.

La política aragonesa se ha mostrado tradicionalmente alérgica a este escenario. En los últimos años, se ha mantenido al margen y parecía estar vacunada contra esa epidemia, pero la entrada de Vox en las instituciones ha provocado un golpe de timón que se ha hecho más evidente estas últimas semanas. El partido de la ultraderecha ha elevado el tono y ha subido los decibelios de la mano de su líder en Aragón, Alejandro Nolasco, que ha aprovechado el mes de marzo para confirmar que en la formación hay más ruido que nueces. Su tribuna como vicepresidente del Gobierno le ha permitido mostrarse rompiendo un folleto del Ramadán, criminalizar la inmigración y elevar la tensión en un Ejecutivo PP-Vox que tiene el camino expedito y las manos libres para gestionar y hacer política en una comunidad ávida de nuevos desafíos. Pero, al parecer, Vox ha elegido la senda equivocada. La de los fuegos artificiales y el mensaje altisonante, para disgusto de sus compañeros de viaje, el PP de Azcón, que comprueba un día sí y otro también que tiene el enemigo en casa.

Todas y cada una de las instituciones aragonesas en las que Vox, de forma directa o indirecta, tiene mando en plaza –Gobierno de Aragón, Ayuntamiento de Zaragoza, Ayuntamiento de Huesca, Cortes de Aragón...– sufren o han sufrido, en mayor o menor medida, algún incendio. Quizá no haya tanto bombero para apagar semejante número de fuegos. Pero desde luego, no los hay ni los habrá si la tendencia en lo que queda de legislatura discurre por los mismos derroteros que durante los primeros seis meses.

A las salidas de tono de Nolasco habría que añadir la deflagración que se ha producido en el consistorio oscense esta misma semana. La alcaldesa Lorena Orduna (PP) ya ha descartado a Vox como socio preferente y buscará aliados en el PSOE o en el concejal no adscrito, que, por cierto, pertenecía a Vox. La convivencia se torció hace ya algunos meses y todo apunta a una ruptura total.

La alcaldesa de Zaragoza, Natalia Chueca, también tiene entre sus principales desvelos al partido de Abascal, del que necesita o ha necesitado un voto para sacar adelante medidas de distinto calado, que van desde los presupuestos a la política de movilidad o la acción cultural para los próximos años. Precisamente, esta misma semana, la ciudad asistió a la defunción de Etopia y la Harinera de San José, tal y como estaban entendidas hasta ahora. Las prioridades han cambiado y, por tanto, el destino de los recursos públicos. Gobernar es elegir y fijar prioridades.

En el Ejecutivo autonómico, la convivencia de los populares con Vox ha sufrido estas últimas semanas nuevas turbulencias. La proximidad de las elecciones vascas, catalanas y europeas ha activado los resortes en el cuartel general de Santiago Abascal que quiere dar la batalla para que la extrema derecha tenga más peso en la UE. Cueste lo que cueste. Y para ello hacen uso del altavoz de las instituciones en las que gobiernan, en vez de aprovecharlas para gestionar en beneficio de la sociedad. Y eso, lo sabe y lo sufre el PP.

La deriva que ha tomado la política aragonesa en los últimos meses resulta inquietante, poco edificante, poco constructiva y poco útil para los ciudadanos. Y eso debería preocupar a los populares. Porque contamina y filtra lentamente en todos los estratos.

Y antes de que eso ocurra, hay que poner líneas rojas. Por el bien de todos.