Opinión

El laberinto del mundo del trabajo

Hace décadas eran los trabajadores los que buscaban empresas en las que cimentar su futuro, pero hoy son estas las que intentan fidelizar empleados que tienen otra escala de valores

Trabajadores en oficinas.

Trabajadores en oficinas.

El mundo del trabajo ha sufrido cambios muy relevantes en los últimos años. Esta metamorfosis tiene su reflejo en las numerosas reformas que han acometido los Gobiernos de distinto signo político. Pero, pese a ello, nadie ha conseguido dar con la fórmula capaz de resolver los desajustes estructurales de un mercado laboral en el que no encajan las piezas. Hace décadas eran los trabajadores los que buscaban empresas en las que cimentar su futuro y planificar un proyecto vital y estable. Hoy, en cambio, la situación es bien distinta y, en muchos casos, son las empresas las que tratan de encontrar y fidelizar a unos empleados, cuyas preferencias y escala de valores han cambiado conforme las nuevas generaciones han tomado el relevo a aquellos que veían en su puesto de trabajo algo más que eso. 

Entender, asimilar e interiorizar ese cambio de paradigma resulta hoy fundamental para tratar de encontrar respuestas a una realidad que resulta cada vez más compleja. La escala de grises en este escenario es inmenso y no existe una única solución ante tal mosaico de sectores, empresas, mercados, entornos y contextos económicos, sociales y políticos. Quizá por ello, la resiliencia, el sentido común, la flexibilidad, la táctica y la estrategia, el diálogo y consenso sean las mejores armas para acometer cambios tan abruptos. 

El debate de trincheras se ha demostrado estéril e ineficaz para tratar de encontrar una solución al puzzle del mercado laboral

La publicación de la Encuesta de Población Activa correspondiente al primer trimestre del año corrobora el dulce momento que atraviesa el mercado laboral aragonés. La comunidad es la segunda con la tasa de paro más baja (8,07%) y suma más de 616.000 ocupados, una cifra que supera en 12.000 la registrada hace tan solo un año. Sin embargo, los grandes datos no pueden ocultar las sombras que todavía existen en unas estadísticas que apuntan al elevado desempleo juvenil, la brecha de género en el merado laboral y la lenta recuperación de unos salarios que tratan de estirarse como un chicle ante el incremento del coste de la vida registrado en los últimos tres años. Este contraste de realidades –bajo desempleo, alta ocupación, precariedad y temporalidad– convive con otra que ya se ha convertido en el gran problema de la economía aragonesa: la escasez de empleados (cualificados o no), un hecho que comienza a amputar, no solo el crecimiento de las empresas sino también la llegada de inversiones a Aragón. La pelota, por tanto, se encuentra en el tejado de los agentes sociales (empresarios y sindicatos) pero también en el del Ejecutivo autonómico, las instituciones públicas, el sistema educativo y las universidades.

El debate de trincheras se ha demostrado estéril para tratar de encontrar una solución al puzzle del mundo del trabajo. Las empresas tendrán que ir asimilando, más pronto que tarde, que las viejas formas están trasnochadas, son poco eficaces y eficientes y no contribuyen a la mejora de la competitividad. El trabajador no ha de ser entendido solo como un medio sino como un fin porque las empresas están hechas de personas y son su mejor activo. Por ello, deberán implementar estrategias (formación, un proyecto de futuro, flexibilidad y facilidades para la conciliación, un salario acordesa su puesto...) capaces de fidelizar profesionales y hacer atractiva la empresa. Mientras, los sindicatos han de asumir que ya nada es como era antes, y los potenciales candidatos a entrar en el mercado laboral deberán entender que el compromiso, la actitud y las aptitudes, la capacidad de adaptación y el trabajo en equipo son las mejores herramientas para lograr los objetivos. 

El pasado miércoles se celebró el Primero de Mayo, una fecha en la que las organizaciones sindicales abogaron por el pleno empleo, la reducción de jornada y la mejora de los salarios. Todo ello en un contexto en el que las empresas reclaman una reducción de los impuestos, una menor carga administrativa y ven cómo la escasez de profesionales es un lastre. Es muy probable que las exigencias de unos y otros no sean incompatibles. Incluso, pueden ser posibles y viables. Pero alcanzar un punto de equilibrio es una misión que compete exclusivamente a sindicatos, empresarios y Gobierno.

Aragón y España crecen muy por encima de la media europea, hay más empleo que nunca, las empresas gozan, en términos generales, de buena salud, el consumo tira de la economía y la confianza sigue al alza. ¿Y si nos ponemos a ello?