Opinión | EL RINCÓN DE PENSAR

Los dos polos de un mismo imán

Aragón vislumbra el futuro con proyectos millonarios que en su mayoría se instalarán en Zaragoza, pero así esta podrá soñar con el millón de habitantes mientras el medio rural se desangra

Todos los años, cuando llega la celebración del Día de Aragón, uno tiene la sana costumbre de echar la vista atrás e intentar ir más allá del cortoplacismo al que la política actual nos tiene acostumbrados para ver si realmente hay tiene argumentos para vanagloriarse de lo conseguido o de sus fortalezas de cara al futuro, que es lo que acostumbran a hacer quienes gobiernan en cada momento, o a lo mejor ha dejado sus ambiciosas expectativas del pasado en discretos resultados del presente. Y me he encontrado con que hay aspectos en los que ha avanzado a una velocidad vertiginosa y otros en los que sigue estancado en el mismo debate de siempre sin avanzar lo más mínimo. Sus ensoñaciones de ahora quizá sean similares a las que otros tuvieron antes pero, salvo los populismos de siempre y de los de siempre, hay motivos para celebrar y también para hacer un poquito de autocrítica.

Por poner un ejemplo, está el manido debate del pasado sobre el cambio de modelo productivo. El escenario que se está dibujando de cara al futuro, y que no es cosa del PP solo ni del PSOE solo sino de una suma de voluntades políticas que lo hicieron posible, muestra un extraordinario interés de inversiones privadas que, además de apostar por Aragón, son capaces de atraer empleo cualificado y a otras empresas. Ver el pique entre Microsoft y Amazon por hacerse con más y más suelo en la comunidad para ampliar su negocio del sector tecnológico en el territorio, qué quieren que les diga, como que da gustico. Probablemente sus deseos no son nada románticos y no es que se hayan enamorado de repente de Aragón, sino que se sienten atraídos por esa capacidad de generación de energía que convierte al territorio en una fuente de primer orden en España de la que poder beber. Que su amor pase más porque les va a procurar las enormes cantidades de luz y agua que necesitan para sus centros de datos que por su gastronomía o sus gentes. Pero no parece que vengan solo a esquilmar recursos, sino que vienen a crear empleo de calidad también y formar a nuevos especialistas en una tecnología que está llamada a liderar el mercado desde los lugares donde hoy se están asentando. Y además son imanes para otras inversiones, del sector o no, que quieren formar parte de esos hábitat en los que ellos, por otra parte, se bunkerizan por seguridad. Quizá sea exagerado decirlo ahora, pero lo que dice el presidente Azcón de apostar por crear un ecosistema alrededor de estas grandes firmas tecnológicas, como el que se hizo en su día con la llegada de General Motors, a lo mejor no es una idea tan descabellada para mirar al futuro. Cada territorio, al fin y al cabo, está haciendo lo mismo con otros sectores productivos y no les está yendo nada mal. Aragón ha apostado por este, por el de la logística y por el de la agroalimentación, y quiere a todas las empresas posibles en sus dominios. Y puede que, si no acelera, se encuentre con que no puede dar cabida a todas las que lleguen si no crea más suelo industrial en zonas donde ahora escasea. Pero se podría decir que Aragón tiene un plan para sí mismo, labrado por gobiernos de distinto color que ahora solo discuten por quién trajo a quién. Bendito problema.

Pero las mieles de ese éxito tampoco pueden desviar la atención sobre el problema que quizá surgirá cuando el día de mañana nos demos cuenta de que este tipo de inversiones se instalan casi siempre en las mismas zonas, habitualmente en Zaragoza y su área metropolitana. El anillo exterior de la capital se está llenando de proyectos ambiciosos y sería una torpeza centrar el tiro solo en que a Zaragoza le vaya bien. Básicamente porque el efecto de atraer población al territorio también se puede quedar en el enésimo éxodo desde el medio rural a la gran urbe y soñar con la ciudad del millón de habitantes a costa de desangrar demográficamente a los pueblos para los que no hay ni ecosistemas ni futuro.

Eso me lleva a plantear qué se ha conseguido para ese medio rural, un claro ejemplo de esos debates estancados desde hace demasiado tiempo. ¿Algún motivo para sacar pecho en el Día de Aragón? No parece que sea la mejor baza para presumir. Los mismos problemas para garantizar derechos básicos, las mismas vacantes sin cubrir en la sanidad pública porque nadie quiere ir a trabajar allí, los mismos problemas con la vivienda... No puede ser que su futuro pase por seguir así. Porque si los pueblos se apagan y Zaragoza logra ese millón de habitantes, no habrá nada que celebrar.