La actualidad del Real Zaragoza

El peor momento de Escribá

El técnico afronta la situación más compleja desde que llegó. El Zaragoza ha enlazado antes dos derrotas que dos victorias y ha encajado en dos partidos casi tantos goles como en los once anteriores

Fran Escribá, en el centro, junto a sus ayudantes Javi Suárez y Mikel Insausti, durante el entrenamiento de este jueves en la Ciudad Deportiva.

Fran Escribá, en el centro, junto a sus ayudantes Javi Suárez y Mikel Insausti, durante el entrenamiento de este jueves en la Ciudad Deportiva. / Jaime Galindo.

Jorge Oto

Jorge Oto

El Real Zaragoza de Escribá se ha caído. Aquel equipo sobrio, solvente y fiable se ha desvanecido por completo para dar paso a otro completamente distinto. Y peor, mucho peor. En apenas dos partidos, el conjunto aragonés ha perdido casi todo lo bueno que adquirió a raíz de la llegada del técnico valenciano y ha recaído en males que parecían sanados. El Zaragoza, goleado en sus dos últimos compromisos, vuelve a transmitir desconfianza, fragilidad y la inseguridad que provoca un flagrante déficit de calidad que le ha situado, de nuevo, al borde de un abismo que asusta.

La enésima crisis de la década es la primera que afronta Escribá, que ha enlazado antes dos derrotas consecutivas que dos victorias seguidas, algo que se le resiste a un preparador valenciano consciente de que no está siendo capaz de dotar al Zaragoza de la regularidad necesaria para escapar de la quema y respirar tranquilo. Los dos últimos batacazos (1-4 ante el Alavés y 3-0 en Málaga) han encendido todas las alarmas y ya nadie se atreve a mirar hacia arriba. 

Incluso el propio Escribá ha virado su discurso hasta asumir, al fin, que el único objetivo es esquivar las balas y salir vivo de esta. La preocupación en el club es evidente. Y también en una afición escaldada que no da crédito.

Aquella evidente mejoría experimentada con el valenciano, que sigue sin repetir once, se ha evaporado. Poco queda ya de aquel equipo al que el valenciano dotó de identidad y seguridad, pero, sobre todo, fe. Instalado sobre un 4-4-2 despojado de corsés y amparado en el dinamismo y la movilidad de sus puntas, las lesiones (Azón y Mollejo), la irregularidad y el cuestionable rendimiento de futbolistas sobre los que Escribá cimentó su construcción, han rescatado la insolvencia. Al Zaragoza, preso de su sempiterna carencia en la generación y definición, le cuesta demasiado hacer daño pero enseguida sufre. Y toda esa inseguridad ha erosionado su capacidad de reacción. De nuevo, el primer golpe es definitivo para no levantar cabeza. El Zaragoza ha dejado de competir, con todo lo que eso conlleva.

Incluso los pilares básicos se han caído. Cristian, horroroso contra el Alavés, Jair o Giuliano también atraviesan, seguramente, el peor momento de la temporada. Otros, como Bermejo o Vada, siguen sin dar ese paso al frente que se les viene demandando desde hace demasiado tiempo. La mediocridad se ha apoderado de un equipo en el que los canteranos tampoco lucen. Y eso que Francho y Zapater (la pareja de mediocentros más usada por Escribá) vienen ejerciendo de sostén de una escuadra cuyo déficit de calidad ha quedado más expuesto desde la llegada de Bebé, de las pocas noticias positivas de los últimos tiempos, y cuya lucidez contrasta con la oscuridad reinante.

Cambios sin cambio

La peligrosidad del momento es evidente. El Zaragoza de Escribá ha encajado casi tantos goles (7) en los dos últimos choques como en los once anteriores (8). No solo se han caído los defensas, sino todo el sistema defensivo. Y eso que, más allá del inédito Quinteros, la retaguardia es la única zona del campo sin bajas por lesión. Pero es que nadie es fijo. Ni unos laterales enfundados en insolvencia durante toda la temporada ni unos centrales (Jair, Francés y Lluís López) cuyas prestaciones han bajado enteros. Mientras, no hay ni rastro de Vigaray a pesar de el esfuerzo general por asegurar que el madrileño está apto para competir. 

No lo está Azón, con el que apenas se ha podido contar hasta ahora. Su última recaída se llevó consigo a Giuliano, que acumula dos meses sin marcar. El argentino, máximo realizador del equipo, ha perdido chispa y, sobre todo, seguridad en sí mismo. Mientras espera al caído, Escribá aún no ha dado la alternativa en la titularidad al juvenil Pau Sans y ha probado a Puche e, incluso, ha accedido a alterar su inamovible 4-4-2 para convertirlo ante el Málaga en un 4-2-3-1 con Vada en la mediapunta. Nada. En una decisión tan polémica como cuestionable, a Naranjo, máximo goleador del filial pero aún inédito con el primer equipo, lo dejó en la grada en Andorra privándole de jugar contra el líder del grupo III de Segunda RFEF, el Teruel. Ahora, ante el fiasco de Gueye, se busca delantero en el paro en lo que supone un tácito reconocimiento de un error mayúsculo como parte de una nefasta planificación estival. 

Es el momento de Escribá, llamado a encontrar remedio para un equipo enfermo al que no deja de dar vueltas. El Zaragoza, que solo funciona a la contra, requiere una intervención urgente para no empeorar un estado preocupante que amenaza sus constantes vitales. El peligro es real. 

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