La 20ª jornada de Segunda

Crimen y castigo. La crónica del Amorebieta-Real Zaragoza (1-1)

Diez minutos indignos y un penalti no pitado que conllevaba expulsión reducen al Zaragoza en su visita a Lezama

Francés se lamenta ante la presencia de López Toca durante el partido disputado en Lezama.

Francés se lamenta ante la presencia de López Toca durante el partido disputado en Lezama. / CARLOS GIL-ROIG

Jorge Oto

Jorge Oto

Uno puede tener dudas. De hecho, el que suscribe no lo tenía claro. Parecía que Félix, defensa del Amorebieta, tenía el brazo pegado al cuerpo cuando lo utilizó para evitar el gol de Moya al cuarto de hora de la reanudación con 1-1 en el marcador. Todo pasó rápido y tampoco los zaragocistas se tiraron de los pelos ni acorralaron a López Toca para exigirle que revisara la jugada en la pantalla. Pero en la sala VOR nadie llamó a filas al árbitro a pesar de que la repetición advertía que el jugador local separaba la extremidad superior de su cuerpo justo para poder desviar el disparo exponiéndose, así, a la expulsión. Así que aquí paz y después gloria a pesar del crimen deportivo. Ni penalti ni expulsión. Sigan, sigan. Y así seguimos.

La jugada marcó un partido que, en todo caso, el Zaragoza no mereció ganar. La decisión arbitral le perjudicó, sí, pero también su desidia en unos diez primeros minutos en los que pudo perderlo todo. Tan injustificable es una cosa como la otra. Si lo del VAR fue un crimen, el empate final es un castigo a esa indigna entrada a un partido en el que los aragoneses dieron cierto paso atrás en relación a lo mostrado en los partidos anteriores con Velázquez.

Porque los primeros veinte minutos están, por derecho propio, entre los peores de la temporada. El Zaragoza, con la legaña en el ojo y esclavo de la desgana, encaró el duelo como el mismo entusiasmo que el que espera al inspector de Hacienda. Jair, cuya temporada es para hacérselo mirar, no tardó ni un minuto en liarla cuando un pase sin peligro le pilló bostezando y con una capacidad de reacción similar a la que tuvo Rebollo cuando el molesto Dorrio pasó por ahí para aprovechar la desidia de los zaragocistas. El meta, otra vez mal con los pies, golpeó la pierna del jugador del Amorebiea en lugar del balón para que a López Toca no le quedara más remedio que señalar el claro penalti y amonestar al meta para desesperación de los 600 zaragocistas presentes en Lezama. Por fortuna, Jauregi se contagió de la caótica puesta en escena de los aragoneses y ejecutó la pena máxima con la pata de palo para mandar la pelota a un metro del poste derecho del marco zaragocista.

Pero el alivio duraría poco. El Zaragoza, todavía en el primer sueño, se acurrucaba muerto de frío sin escuchar el despertador mientras el Amorebieta, despierto y con la cara lavada, trataba de sobreponerse al penalti errado. Y lo consiguió ocho minutos después, de nuevo, merced a otro error de los de Velázquez. Valera peinó un saque de esquina botado por Dorrio para que el balón fuera a parar a los dominios de Félix Garreta, que, ante la inconcebible pasividad de Maikel Mesa, controló, bajó y remató a gol para castigar a un Zaragoza impresentable.

No mejoraron las cosas en los minutos siguientes. Velázquez deshizo el plan inicial y cambió el sistema a un 4-4-1-1 en busca de mayor profundidad y amenaza más allá del aluvión de balonazos largos sin sentido que se habían llevado a cabo hasta entonces. Pero el Zaragoza se resistía a quitarse el pijama. Apenas un acercamiento sin peligro de Jair poco antes de que Dorrio rozara el segundo gol local con un remate flojo derivó en la parte final de un primer periodo en la que el conjunto aragonés, al fin, se desperezó. Lo hizo desde los costados. Primero con un ensayo de Valera y después con otro de Mollejo hasta que, poco antes del descanso, el árbitro consideró penalti un ligero codazo de Sibo a Mouriño que Mesa convirtió en el empate.

El tanto animó al Zaragoza y dejó tocado a los de Jandro. Morcillo, que pudo haber sido expulsado por una entrada por detrás sobre Mesa, lo intentaba sin éxito antes de que llegar a un descanso que no cambió mucho el panorama. Los aragoneses querían el balón y los locales las ocasiones. Jauregi y Sibo remataron mal antes de llegara la jugada clave de la contienda, cuando Toni Moya remató a bote pronto y Félix sacó el brazo para evitar el tanto, pero se hizo el silencio y todo pasó.

El Zaragoza, desde hace rato edificado sobre un 4-14-1, amagó con dar un paso adelante que nunca acabó de acometer. De hecho, Dorrio, con un remate al pecho de Rebollo, y Jauregi gozaron de las mejores ocasiones para desnivelar la balanza. Velázquez, que solo había recurrido a Enrich, no movió nada más hasta el minuto 76, con un sorprendente doble cambio dando entrada a Grau y Bermejo. 

El cuadro aragonés, siempre incómodo e impreciso, concedía demasiadas faltas a un rival experto en el balón parado. En una de ellas, Avilés rozó el gol, pero el partido, feo y áspero, llegó a su fin dejando a los aragoneses a medias. Entre el crimen y el castigo.