Sobre la una de la tarde del sábado, Yolanda llamó a su marido, Francisco Miranda, para saber cuándo regresaba y si debía preparar ya la comida. Fue la hija de ambos, de 11 años, que estaba con el padre, quien respondió al teléfono y le causó a su madre un temblor que aún le dura: "Mamá, hay un avión en llamas y papá está ahí". Era el Airbus A400M que se estrelló cerca del aeropuerto de Sevilla, a mil metros de un centro comercial y un polígono industrial.

Francisco había acudido a la finca La Florida, donde trabaja de guarda, para dar de comer a una perra preñada. "Mira, el avión del tío", dijo la niña, cuyo tío trabaja en Airbus. El avión "iba muy bajo, no era normal" y se perdió detrás de unos pinos. Lo siguiente fue "un trueno enorme".

Padre e hija se dirigieron hacia el ruido y vieron una enorme humareda y el avión convertido en una bola de fuego. Al mismo tiempo se acercó Manuel Iglesias, encargado de la finca, que estaba regando unos tomates. Él sí pudo ver cómo la aeronave perdía altura y chocaba con una torre eléctrica. Fue entonces cuando "reventó contra el suelo y se deslizó unos 200 metros ya ardiendo". Apenas tuvieron unos segundos para tomar conciencia de lo ocurrido, porque se percataron de que dos personas lograban salir por las ventanillas de la cabina, la única parte casi intacta. "No se para uno a pensar nada, los vimos vivos y no podíamos dejarlos allí", evoca Manuel.

Con una mano lesionada, Francisco se dirigió junto a su jefe hacia la aeronave, aprovechando que el viento alejaba el humo y las llamas de ellos. Recuerdan el intenso calor y el fuerte olor a queroseno, dado que el avión iba pertrechado para un vuelo de seis horas.

Con ayuda de otros dos trabajadores, alejaron a los dos heridos del avión arrastrándolos como pudieron. Fue en ese momento cuando sonó el teléfono de Francisco. "Yolanda, tranquila, estoy bien, que se me cae, que se me cae..." fue lo único que atinó a decir para tranquilizar a su esposa. Los supervivientes pesaban, pero lograron alejarlos unos 100 metros del avión, donde se registraban continuas explosiones. Llamaron a las emergencias y un vecino que acudió al oír el ruido se llevó a la aterrorizada niña, que "se quedó ronca" de tanto llamar a su padre, que iba de cabeza al peligro. La pequeña ha necesitado ayuda psicológica, duerme con la madre y está todavía muy asustada, al contrario que su hermano, de 8 años, que se enteró más tarde de lo ocurrido y no para de fardar ante los conocidos de que su padre "es un héroe" que ha salvado la vida de otras personas. Los dos supervivientes estaban muy graves. Uno de ellos, al que Francisco hizo de almohada para facilitarle un poco la respiración y taponó las heridas de la cara con una camiseta, atinó a explicar que faltaban cinco de sus compañeros. "Pero no veíamos a nadie, y era imposible ya acercarse al avión". Los dos héroes intentaban animar al único herido consciente, José Luis, ingeniero: "Si explota esto morimos todos, así que no te quejes".

Compañero de clase

El otro herido, Joaquín, mecánico, tenía "el cuerpo roto" y el rostro desfigurado por el fuego. Tanto, que Manuel no reconoció en él al amigo de la infancia, compañero de clase e hijo de un antiguo jefe. Ambos supervivientes se recuperan de sus heridas, y aunque estables, continúan graves. A Manuel y Francisco les dio el "bajón" horas después. "Ahora estoy acongojado por lo que hicimos", dice el primero. Al segundo le costó dormir, y se despertó varias veces suspirando del susto. Ambos hacen esfuerzos para intentar sacarse de la cabeza el avión en llamas y creen que cualquiera hubiera hecho lo mismo. "Buf, si te paras a pensarlo, no lo haces".