El siglo XXI trajo consigo multitud de innovaciones y una revolución tecnológica que ha cambiado por completo nuestras vidas. Pero al mismo tiempo, multitud de oficios se quedaron atrás sobrepasados por la evolución de los tiempos y por las nuevas costumbres de la sociedad. Una de estas profesiones es la de relojero, un arte antes asentado en cada barrio que sufrió primero el auge de las grandes superficies y después la aparición de móviles y demás tecnologías. Pero no todo está perdido.

Ejemplo de ello es Marco Morocho, que regenta un taller de alta relojería en Zaragoza. Él lleva trabajando como autónomo doce años pero lleva en el oficio «toda la vida». Nadie mejor para explicar cómo ha cambiado este oficio: «El negocio ha cambiado mucho. Antes había más hermandad entre los relojeros. Si te faltaba una pieza se la pedías a un compañero».

El de relojero, ahora, es un oficio «muy caro, carísimo» de ejercer, y es por eso también que muchos pequeños negocios de este sector. «Las marcas, para que te consideren como centro de servicio certificado, te exigen que compres una serie de máquinas y con cada una de ellas tienes que hacer un curso que te acredite como que las sabes utilizar», explica. «Mira, yo acabo de montar esta tienda y después de toda la inversión tienen que venir unos inspectores para valorar si todo se hace aquí según lo establecido, es decir, para comprobar si yo y el taller nos ajustamos a los requisitos y formas de trabajar que aplican ellos en sus relojes», añade.

En su local, asegura, tiene máquinas que cuestan miles y miles de euros. Cada una de ellas es más rara y más extraña y cada una que explica Morocho parece más extravagante. «Mira, esta de aquí sirve para meter las piezas de un reloj en pequeñas cestas para limpiarlas». ¿Es como un lavavajillas de relojes? «Sí, eso es, aunque cuesta mucho más», responde mientras señala al aparato, que visto por ojos inexpertos parece un aparato de la NASA. Todas las salas, asimismo, cuentan con unos extractores de aire que evitan que el polvo y los ácaros entren en contacto con las preciadas máquinas.

Gracias a todas esos aparatos y cacharros Morocho es capaz, asegura, de arreglar cualquier reloj. «Si, por ejemplo, te caes de la moto y te destrozas el reloj yo te lo dejo como nuevo», explica señalando a una máquina que es una soldadora láser que es capaz de adentrarse en agujeros de milímetro de diámetro.

Y es que lo que no puede faltar en este taller son los microscopios, porque el tamaño de alguna de las piezas que manejan tienen apenas el tamaño de una pulga.

Algunas piezas de los relojes son tan pequeñas que no se ven a simple vista. JAIME GALINDO

Pero, inversiones aparte, ¿sigue habiendo tanta demanda como para mantener un negocio así? «Yo no doy abasto», afirma Morocho, que especifica que su mercado es el de los relojes y marcas exclusivas. «Si te compras un Rolex y te gastas 9.000 euros, que es el más barato, lo vas a arreglar siempre porque la cosa es que te dure toda la vida», cuenta. Entre otras marcas, Morocho está certificado como centro de servicio para firmas como Tissot, Omega, Rado y Longines, entre otras tantas.

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Además, la continuidad de la empresa está asegurada, su hijo Marco, de 28 años trabaja con él. «Cuando haces tantas inversiones y le dedicas tanto tiempo normalmente hay algún hijo que sí que continúa», dice Morocho mientras su hijo revisa unas piezas al microscopio. El joven se encarga de los relojes más nuevos y morocho de los más antiguos. Entre las reliquias que ahora está reparando hay uno «solar y mecánico» que puede estar dando la hora para el resto de los tiempos.

Por cierto, ¿qué reloj lleva un relojero?: «A mi me gustan los de cuerda. Me gusta lo mecánico, lo que está vivo. Puede que mi reloj sea más impreciso que otros pero es eterno porque lo puedes arreglar todas las veces que quieras», zanja Morocho.