Novedad editorial

Sergio Ramírez visita Zaragoza: "Para mí, la gran fascinación como escritor es desajustar la realidad"

El autor nicaragüense, Premio Cervantes 2017, acaba de publicar 'El caballo dorado', una novela llena de humor y en la que lo absurdo se hilvana con situaciones dramáticas

El escritor la presenta este jueves a las 19.00 horas en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, este jueves en Zaragoza.

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, este jueves en Zaragoza. / Josema Molina

Rubén López

Rubén López

El nicaragüense Sergio Ramírez (Masatepe, 1942) se lo ha pasado especialmente bien escribiendo su última novela, 'El caballo dorado' (Alfaguara). El humor está presente de alguna forma en otros libros del Premio Cervantes de 2017, pero podría decirse que esta es su primera novela plenamente humorística y una obra muy diferente a las demás. 'El caballo dorado' comienza en 1905 con una princesa austrohúngara que se fuga con un peluquero obsesionado con inventar el tiovivo y unos disparatados personajes que acaban en Latinoamérica cruzándose con Rubén Darío y el emperador Maximiliano. 

Solo este inicio da pistas de por dónde camina una novela en la que lo absurdo se va hilvanando con situaciones dramáticas. En ella caben muchas vidas, muchos personajes y también muchos géneros. Porque en 'El caballo dorado' el autor ha jugado con la picaresca, el relato de aventuras, la comedia de enredo, la novela histórica y hasta lo policíaco en una mixtura que de alguna forma engarza con la propia vida de Ramírez. El nicaragüense también ha vivido muchas vidas en una: escritor, periodista, abogado, exiliado, revolucionario sandinista y político (fue vicepresidente de Nicaragua entre 1984 y 1990).  

-¿Cómo nació esta novela? 

-Este libro es un acto de imaginación. Siempre he pensado que un escritor debe tener la libertad de abordar los temas que quiera, independientemente de cuáles sean sus circunstancias personales. Un escritor nunca debe sentirse obligado a escribir sobre determinados temas solo por el mero hecho de haberlos vivido, como puede ser en mi caso la política.

-¿Su objetivo prioritario era escribir una novela divertida? 

-Sí, por un lado quería hacer una novela que fuera atractiva, que no decepcionara a un lector que busca pasar un buen rato y divertirse. Creo firmemente que la buena literatura no tiene por qué no divertir y siempre tengo presente que el gran mandamiento de un escritor debe ser no aburrir. Por otra parte también quería demostrar que un escritor siempre debe tener abierto un espacio a la experimentación. Uno siempre lucha por desarrollar un estilo propio y es la gran ambición de un escritor, pero eso no quiere decir ser previsible y hacer siempre lo mismo. Con esta novela yo quería romper filas y abrir un camino inusitado y experimental. Es un libro diferente en el lenguaje utilizado y también en la estructura que arma la historia.

-¿Y usted se ha divertido escribiéndola? 

-Muchísimo. He disfrutado de lo lindo inventando y creando los personajes. Es mi novela más claramente humorística, pero incluso en los libros en los que abordaba temas muy dramáticos, relacionados con la realidad de mi país, nunca he abandonado la línea del humor. Creo que ayuda a crear una distancia de no comprometerse con los hechos que uno está narrando de manera retórica. Pienso que el compromiso retórico arruina un trabajo de ficción y una de las maneras de tomar esa distancia es a través de esa pared transparente del humor. 

"La línea entre realidad y ficción debe ser muy borrosa para que sea atractiva para el lector"

-En 'El caballo dorado' galopan muchos géneros. 

-Sí, la novela es también una gran parodia de muchas cosas. De la novela policíaca, romántica, de los cuentos de hadas, de las novelas de aventuras y de viajes... Quería experimentar con todo eso. 

-No obstante, en la novela también hay muchos hechos históricos documentados, algo que engarza con una búsqueda continua en su literatura: esa fina línea que separa la realidad y la ficción, lo que denominó «mentiras verdaderas». 

-Creo que una novela es una gran mentira que tiene que estar circunscrita a los hechos de la verdad. Para mentir con propiedad es necesario acudir a la historia y a los escenarios auténticos. Por ejemplo, me he documentado mucho sobre el Imperio austrohúngaro para escribir esta novela, e incluso en la historia de mi propio país.

-¿Usted también empezó a escribir para eso, para inventar y crear otros mundos? 

-Para mí, la gran fascinanción como escritor es desajustar la realidad y sacar de ese desajuste las imágenes de la imaginación. Pero no hay una imaginación autónoma como tal, no hay una fantasía, sino una emanación de la realidad. Esa línea fronteriza entre realidad e imaginación debe ser tan borrosa que resulte atractiva para el lector y que crea que todo es real. Cuantos más elementos de persuasión tenga, mejor será la novela y mayor la magia de la lectura. Yo empecé a escribir porque me interesaba contar a los demás lo que yo creía que era interesante. Al final un escritor está hecho de la curiosidad que quiere transmitir, para mí esa es la esencia de la escritura.

-El año pasado le despojaron de su nacionalidad y está exiliado en España. ¿Le duele que le acusaran de «traidor a la patria»?

-No porque son acusaciones burocráticas. No es un tribunal de conciencia el que me ha juzgado, sino un régimen despótico. Por eso no le concedo ningún valor. Lo que sí lamento es que eso me crea un impedimento para volver a mi país. 

-Ha asegurado que el régimen de Daniel Ortega se encamina «a un modelo totalitario más cerrado que el de Somoza».

-Cada vez más. Es un modelo de otra naturaleza. La de Somoza era una dictadura militar, familiar y corrupta, pero su proyecto político simplemente buscaba quedarse en el poder. Este régimen actual aspira al control social, no solo al político. Busca controlar la iglesia, intervenir en la religión, en la universidad.

-¿Dónde puede comenzar el cambio?

-Todas las dictaduras tienen un fin. Yo lo veo como un observador lejano porque no estoy interviniendo en política, pero creo que ahora la clave es construir una alternativa política opositora desde el exilio, algo que no es fácil porque la lucha desde fuera siempre es muy difícil. Además, la oposición está totalmente desarticulada por la misma represión. Lo que sí tengo claro es que la salida no puede ser violenta, porque Nicaragua ni quiere ni aguanta una nueva guerra civil. Todo se empezó a estropear en 1999, cuando Daniel Ortega no admite la derrota electoral y piensa que ha sido una injusticia y que tiene que recuperar el poder como sea. A partir de ahí comenzó la deriva.

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