A bote pronto es lo que puede parecer. Un marrón de Primera División. El sábado en Barcelona no podrán jugar ni Abraham ni Sapunaru, los dos laterales indiscutiblemente titulares, y en su lugar tendrán que entrar otros dos futbolistas. Paredes será uno de ellos y, a priori, el otro puesto se lo disputarán Zuculini y Goni, salvo que Manolo Jiménez cambie radicalmente de sistema y, por ejemplo, utilice tres centrales y dos carrileros, que es muy improbable pero a miércoles aún todo está por ver. El objetivo principal, voluntario o involuntario, está cumplido: que Abraham y Sapunaru se limpien de tarjetas en un campo donde puntuar es cerca de una quimera y donde la derrota se da por descontada. O casi, casi.

Y en ese escenario, en territorio Messi, Villa, Iniesta o Cesc, es donde habrá dos hombres nuevos en los flancos de la defensa. Sean quienes sean, los dos jugarán con el convencimiento de que la propiedad del puesto no les pertenece y que, con toda seguridad, a la jornada siguiente volverá a manos de sus propietarios. Así que desde esa perspectiva, y por la dificultad que entraña este Barcelona trituralotodo, tener que jugar en esas condiciones posee un cierto punto engorroso. Los focos van a estar apuntando a los dos laterales se quiera o no se quiera y las comparaciones con los que no están se harán irremediablemente.

Sin embargo, detenerse solo en esa lectura sería un acto de cobardía y de pusilanimidad profesional. Para los que salgan en lugar de Abraham y Sapunaru en ningún caso debería ser una carga, aunque lo pueda llegar a ser, sino una oportunidad. Un momento magnífico para reivindicarse contra los mejores y a ojos del planeta fútbol. Una oportunidad de entrar en un equipo en excelente dinámica y de reclamarle más protagonismo a Jiménez con personalidad, rendimento y respuesta. Con un objetivo. Que el domingo, una vez jugado el partido, no haya sido un marrón sino una ocasión de oro perfectamente aprovechada.