Al Real Zaragoza le cambió el ánimo y la condición hace unas semanas después de enganchar tres victorias en cuatro partidos. Como el fallo intermedio, además, fue la derrota en el Santiago Bernabéu, donde el equipo no se hizo feo ni indigno ante el Real Madrid, se entendió que Jiménez había encontrado el rumbo y los hombres apropiados para escribir un futuro lleno de paz, al fin. Cuatro partidos después, el juicio se altera tras asumir que el Zaragoza no consigue dominar los partidos y que, sea el que sea el rival, encaja un gol.

Da igual el portero, da lo mismo la defensa, los hombres que pongan la contención por delante... El Zaragoza es el único equipo de Primera División que no ha logrado dejar su portería a cero ni una sola vez. La primera lectura se hace rápido: debe marcar al menos dos goles para ganar cualquier partido. La segunda es que la presunta recuperación defensiva, en comparación burda con la siniestra campaña última, no es tal.

Ayer no le daba para tanto, ni para marcar dos goles, ni más, se entiende. Marcó uno y gracias en un terrible error de los centrales del Mallorca. Fue un tesoro que defendió mal sin el balón, ayudado también por el desorden y la ordinariez futbolística de su rival, pero que mantuvo en su poder hasta el minuto 84, tras un balón que no debió perder José Mari, que defendió mal Zuculini y que celebró Víctor Casadesús, casi como siempre en Mallorca. Fue esa acción como pudieron ser otras claras. Varias. Muchas.

No volvió a chutar a puerta desde que acertó Postiga en el minuto 16, así que era difícil que encontrara el premio de jornadas anteriores. Todo quedó en un empate nuevo que no sirve para descifrar qué dirección lleva su fútbol. Estuvo prácticamente todo el encuentro con uno menos, es verdad. También lo es que renunció al balón y al ataque. Este Zaragoza de las últimas tardes no es el mismo que sonreía un mes atrás. Entonces apretaba con el balón en los pies, con la cabeza alta y un fútbol decidido. Desde ahí gestionaba mucho mejor los encuentros. Encajaba goles también, como queda reflejado, pero caminaba cerca de la victoria. Y, desde luego, era más agradable. Ahora que no se sonroja, no gusta. Y hasta disgusta.

Los cinco de atrás

El caso es que, pese a que las estadísticas no ayuden a la defensa, pocos señalarían esta línea como la culpable del chorreo. Roberto, pese a sus desvanecimientos aéreos, mantiene el nivel. Los centrales, con sus cosas, tienen decoro. Aunque Loovens paga a menudo ese temor que tiene a su espalda --por eso recula y recula--, Álvaro mantiene su progresión y Abraham no desajusta, además de ser más correcto con el balón que Paredes. Nada que objetar, por supuesto, a Sapunaru, defensor recio de los de siempre. Ayer pareció un central de toda la vida, al contrario que el inquietante Zuculini. ¿Cuál es el problema entonces? La indecisión del equipo a ratos en el centro, la inseguridad táctica, el alejamiento del área rival y la asunción de que el pelotazo es una buena opción. Falta rubor. Ayer, por ejemplo. Se entregó a la ventaja y no quiso saber nada más de Aouate. Tanto que hasta el conservador Caparrós perdió su pánico natural. Toda la pólvora que tenía en el banquillo la puso. Quería ganar, sí. Y no tenía miedo alguno al de enfrente. Y eso, que no te teman ni una pizca, sí es un problema.