Singra está en un cerro, a 1.050 metros de altitud, y desde cualquier punto del pueblo se domina una amplia extensión. Por eso muchos de sus 50 vecinos, casi todos jubilados, fueron testigos durante la guerra civil del continuo ir y venir de carros por la llanura que rodea el pueblo. Los carros transportaban una macabra carga: los muertos del frente de Teruel y de la represión franquista. "Los campesinos llevaban la mula hasta el cementerio y allí descargaban los cadáveres", cuenta Andrés Gómez, que entonces era un crío.

En uno de esos carros hizo su último viaje Pablo Marco Rando, ugetista y concejal de Calamocha, fusilado en el verano del 36, con otros doce o trece vecinos de la localidad. Setenta y un años después, su hijo Pablo Marco, nacido en 1931, se ha propuesto desenterrarlo junto al resto de represaliados, que yacen en una fosa común del camposanto de Singra. "En el 76 me enteré de que mi padre estaba aquí enterrado y ya entonces me propuse exhumarlo para darle una sepultura digna y reivindicar su memoria", explica Marco.

La excavación de la improvisada tumba comenzó el pasado viernes y ayer aparecieron los primeros huesos. La lleva a cabo un equipo de arqueólogos de Valencia que espera completar pronto la búsqueda. Y Marco, que ha recibido ayudas de la DGA y del Gobierno central, confía en que la prueba del ADN permita determinar a continuación la identidad de los esqueletos.

Singra es un pueblo traumatizado. Siete décadas después de la tragedia, aquel horror aún no se ha borrado de la memoria de sus habitantes. "Me tocó traer un carro cargado de muertos y me quedé a la puerta del cementerio mientras los enterraban, porque estaba impresionado", recuerda Vicente, que entonces tenía 17 años.