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40 aniversario del incendio más grave en la capital aragonesa

Testimonios de aquel 12 de julio de 1979

Testimonios de aquel 12 de julio de 1979

CARLOS MELGARES / SARGENTO DE BOMBEROS

Carlos Melgares se jubiló recientemente como sargento de los Bomberos de Zaragoza, tras toda una andadura profesional de rescates que comenzó con la mayor tragedia de la ciudad, el hotel Corona. «Llevaba cuatro meses trabajando», recuerda.

En realidad, aquel día él no estaba de servicio, pero le llamaron, como a todos. Y no solo los bomberos, «Zaragoza se volcó», recuerda, elogiando el trabajo de las policías local y nacional, de los sanitarios y de los ciudadanos.

El primer aviso no parecía muy alarmante porque la misma cafetería había sufrido un accidente «la semana de antes», pero en la primera dotación llamó a refuerzos, y «en 10 minutos estábamos todos».

Él recuerda cómo entró por una escalera trasera. «En seguida me vi solo, subí y en la segunda planta ya encontré gente y fui sacando. No llevábamos agua y cuando se me acabó el equipo autónomo -el oxígeno-, me eché al suelo, lo que siempre hay que hacer (explica, didáctico), y fui buscando gente. La verdad es que llegó un momento en que pensaba que no salíamos», admite. Es parte del trabajo, como el pudor a la hora de contar la gente que rescató. «Un bombero no habla de eso», afirma.

Al final alcanzaron la azotea con varios rescatados, y recuerda un momento peligroso cuando un helicóptero de la Base Aérea, «que se arriesgó, con la mejor intención», avivó las llamas que les rodearon. Pero se salvaron.

«Yo nunca diré si fue atentado o no lo fue», subraya Melgares, que ha dado ponencias sobre el incendio. «Lo que sí digo es que, por el desarrollo del fuego, es perfectamente posible que fuera fortuito», dada la falta de compartimentación, los materiales (moqueta y corcho, entre otros) y el efecto chimenea que creó la cristalera frontal al estallar.

Lo que le enerva es oír «barbaridades» como que se alcanzaron 6.000 calorías o se usó Napalm, «cuando el forjado de hormigón de deshace a los 800 y la estructurura lleva en pie 40 años», razona.

Rosa María Artal, periodista de TVE.

ROSA MARÍA ARTAL / PERIODISTA DE TVE

Aquel 12 de julio de 1979, el centro territorial de TVE en Aragón apenas estaba recién estrenado y en la mañana destacaba como hecho noticioso la entrega de despachos en la Academia General Militar. «Llevábamos solo seis días emitiendo», recuerda la periodista Rosa María Artal, quien cubrió el incendio para la televisión pública.

El medio inició su andadura con pocos recursos, como ejemplifica que grabaran en el estudio con una unidad móvil exterior. Cuando tuvieron conocimiento de las llamas, acudieron «inmediatamente». «Nos tuvimos que multiplicar de una forma inenarrable. Cogí el coche y me fui hasta allí», junto al cámara Miguel París.

Humo, heridos y equipos de rescate es parte del escenario que rememora cuando llegaron al lugar, al que también acudieron a grabar los hijos de París, Ignacio y Miguel Ángel. Mientras, su compañero Antonio Barceló permanecía en el estudio. A pesar de la falta de medios de los que disponían en esos momentos, considera que realizaron «un trabajo extraordinario».

«Con esa precariedad no se podía ni grabar entrevistas. Llegué a meter en mi coche a testigos para llevarlos al estudio. Así abrimos los telediarios nacionales y emitimos en directo muchísimo tiempo», indica. Tal fue la eficacia de esta cobertura que la presentaron a los premios Ondas y fue la ganadora. También llegó al festival de Montecarlo, aunque en este caso el Gobierno presidido por Adolfo Suárez decidió retirarlo para no dañar la imagen de España.

Otra de las cuestiones que le vienen a la cabeza cuando vuelve a estos momentos es el contexto en el que se desarrolló: «Se me quedó marcado que se produjera un incendio así con esas personas dentro», en referencia a nombres como la viuda de Franco, Carmen Polo, y varios militares de alta graduación que allí se alojaban. «Es tremendo que un fuego fortuito afectara a un hotel de la máxima categoría con estas personas dentro», concluye.

Ángel Perich Mayayo, miembro del equipo de la base aérea.

ÁNGEL PERICH MAYAYO / MIEMBRO DEL EQUIPO DE LA BASE AÉREA

«En esos momentos no sabe uno de dónde saca la fuerza», afirma Ángel Perich Mayayo, quien prestaba servicio en el departamento de rescate de la base aérea de Zaragoza hace ya 40 años y hasta 1992, cuando los americanos abandonaron la capital aragonesa. En su participación en el incendio del hotel Corona, llegó a auxiliar a muchas personas que encontró en su camino. Pero lo que también rememora de aquel trágico día es el desconcierto: «Aquello parecía la torre de Babel. Se juntaba uno con otro… un desbarajuste total».

De aquella mañana se acuerda de cómo tuvo constancia del incendio. Fue de camino a la base cuando escuchó por la radio las primeras informaciones al respecto, minutos antes de las 8.00 horas. «Pensé que nos iban a llamar y cuando llegamos al departamento recibimos la llamada de un señor que decía que se había quemado la churrera y que aquello no se apagaba».

Tras preparar el dispositivo, salieron hacia el hotel, donde se encontraron con el primer problema: «Nuestro jefe habló con el de Bomberos, pidió agua y resulta que no había para abastecer nuestros camiones». También se percataron de que el humo se localizaba sobre todo en la parte de atrás, la que da al hospital Provincial. Por allí accedieron, empezando por las cocinas y el sótano. De ahí a las plantas 1 y 2, donde vieron cómo evacuaban a la familia de Franco. En su memoria también guarda otra imagen, cuando el futbolista José Ramón Badiola, que se alojaba en el hotel con Jorge Valdano, se precipitó desde un balcón: «Al caer, aunque le pusieron una lona, rebotó y cayó al suelo», describe.

«Fuimos subiendo una planta tras otra y nuestros compañeros americanos se quedaban en los descansos de las escaleras con las botellas de aire. Les hacíamos un gesto y nos las cambiaban», relata. Él alcanzó la sexta planta. Allí sintió que no tenía más fuerzas y decidió avisar a su superior para que lo sustituyera. «Fue un trabajo agotador», asevera.

Luis Granell, corresponsal de 'Diario 16'.

LUIS GRANELL / CORRESPONSAL DE 'DIARIO 16'

Luis Granell era un joven periodista en el año 1979 que se desempeñaba como corresponsal de Diario 16 y de Cambio 16, además de en la revista Andalán. De hecho, vivía todavía en casa de sus padres, una circunstancia que le permitió llegar al incendio poco después de que empezara, puesto que la casa se encontraba en la plaza San Lamberto, muy próxima al hotel. Desde allí podía ver el parque de bomberos de la calle Ramón y Cajal. «Me pilló levantándome y con la sensación de que pasaba algo gordo y bajé, no había pasado ni media hora», rememora.

«Al principio intenté ayudar porque había una evidente falta de medios. Lo hice incluso sujetando lonas para que la gente se tirara, estuve en esas hasta que vi que no era el más eficaz; era periodista, no bombero», relata.

En su búsqueda de información se encontró con trabajadores del hotel, incluido el cocinero que trabajaba con la churrera que ardió. «Me decía: ‘se me ha prendido fuego, no he podido evitarlo’», recuerda, como también que el Diario 16 ya adelantaba en su edición a media mañana que la causa de las llamas estaba en la cafetería.

Precisamente, explica que las llamas se veían en el bar Picadilly’s -que se ubicaba justo encima de la cafetería Formigal- en el lado izquierdo del hotel, en la planta calle y en la última. Su investigación le llevó al hospital Provincial, donde se estaba transportando a los cadáveres. Cuerpos negros por el humo pero no quemados, como recuerda. «Me dio una impresión tremenda ver tantos y no pude contarlos», detalla. Dejó de hacerlo cuando vio el de un niño que llevaba las zapatillas cambiadas de pie. «Ahi me derrumbé y me tuve que marchar, no pude acabar con ello», sentencia.

Aquella imagen, asegura, le ha hecho llorar «décadas después». «Había visto caer gente de los balcones. Otros que cayeron a la lona, rebotaron y cayeron al suelo... pero con el cadáver del niño vino el terror que pudo sentir cuando se confundió al ponerse las zapatillas», concluye.

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