El Periódico de Aragón

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EN EL CORAZÓN DEL CONFLICTO

Un veterinario de Huesca cuenta su experiencia en Ucrania: "El momento más peligroso fue bajar el puerto de Bielsa con el remolque cargado"

David Rodríguez, de Labuerda, estuvo algo más de 24 horas en Ucrania, donde hizo 800 kilómetros | Este veterinario viajó con un cargamento de unos 600 kilos de pienso repartidos en 30 sacos de unos 20 kilos cada uno.

Entrada del hospital veterinario de Khmelnytsky, donde David, en el centro de la fotografía, hizo entrega de parte de la comida y medicamentos.

«Cuando estás hablando de una guerra y hay tantas muertes, parece que hablar de ayudar a mascotas es una frivolidad. Pero luego te das cuenta de que aquí, en el pueblo, han llegado varias familias de ucranianos. Una de ellas vino sin su perra. Y oye, movieron cielo y tierra hasta que al cabo de un mes la consiguieron traer a Barcelona, no sé cómo. Ahí te das cuenta de que es un miembro más de la familia». Esto es lo que cuenta David Rodríguez, un veterinario de la localidad oscense de Labuerda, sobre la importancia de los animales de compañía para los refugiados del conflicto ucraniano. Y es que él, precisamente, estuvo en el corazón del conflicto.

David viajó hasta Ucrania con un cargamento de unos 600 kilos de pienso repartidos en 30 sacos de unos 20 kilos cada uno. También aprovechó para proveerse de todo tipo de medicamentos como antibióticos, analgésicos o anestésicos, además de material de sutura y alimentos para los perros que se encontraban en cuidados intensivos y se alimentaban de forma parenteral. «También llevamos vacunas porque nos decían que había brotes de moquillo en varios puntos. Y en un refugio de 300 perros entra un brote de moquillo y se te muere el 80%», detalla este veterinario.

Este sabueso es un perro policía que llegó a salvar mil vidas antes de la guerra. SERVICIO ESPECIAL

Su intención era llegar hasta Zaporiyia, pero la policía y los militares le advirtieron de que el fin de semana anterior se había producido un bombardeo en Dnipro, una ciudad con la que se encontraría en su ruta a Zaporiyia. «La carretera estaba abierta pero me podía encontrar con que no podía pasar», apunta. Al final, el de Labuerda hizo un total de 5.500 kilómetros para llegar al hospital veterinario de Khmelnyskyi, al oeste de Ucrania. Allí recuerda que llegaban animales de Mariúpol, como un sabueso que había salvado «a más de mil personas antes de la guerra», pues era un perro policía al que utilizaban para rescates. «En la misma Mariúpol tiene un monumento, que me enseñaron una foto. Estaba en cuidados paliativos porque tenía una enfermedad terminal», añade este veterinario, quien recuerda encontrarse también a varios perros con heridas de guerra.

«Allí hice entrega de algo más de la mitad de comida y de todo lo demás», relata David, quien aprovecha para recalcar que el envío de material debía ser «útil» para estas concentraciones de animales: «Hay un tipo de antibiótico que se utiliza en veterinaria para problemas dérmicos relacionados en muchas ocasiones con heridas de guerra. Se pincha cada quince días y para que te hagas una idea un frasco de 10 mililitros cuesta 200 euros».

En territorio ucraniano estuvo «poco más de 24 horas», donde completó 800 kilómetros repartidos en dos movimientos. «El momento más peligroso de todo el viaje con mucha diferencia fue bajar el puerto de Bielsa con el remolque cargado. De verdad que no encontré ningún problema. Sí que sonaban las sirenas y había muchos controles militares. Te iban echando luces, pero eso significaba que te daban las gracias», relata a la vez que no duda en destacar «el nivel de organización y honradez» de los ucranianos.

El viaje de David también incluyó ayuda humanitaria. «Aprovechamos los espacios en los arcones congeladores para llenarlos de comida. También llevamos medicamentos», cuenta David sobre la ayuda coordinada junto la oenegé Remar, a quienes también proveyeron de seis lavadoras, seis frigoríficos y seis congeladores que dejó en Mostyska, muy cerca de la frontera con Polonia.

David ya había estado en marzo junto a un ganadero de su pueblo en el puesto fronterizo de Siret, en Rumanía. Allí hicieron noche mientras esperaban a traerse algún refugiado. «Recuerdo que entró a la carpa una familia que era una abuela, su hija y sus dos nietas. Una de las dos nietas estaba muy enferma, sufría insuficiencia renal y tenía que ingresar al día siguiente en un hospital de Mainz, en Magnucia (Alemania). No había forma de conseguir un vuelo desde Rumanía. Consideramos más importante llevar a ellas que no a alguien que quisiera ir a Zaragoza o Barcelona. Nos desviamos de la ruta y las dejamos en un hotel donde ya les estaba esperando una ambulancia medicalizada», recuerda David sobre esa niña que presentaba «una imagen de esas personas en un campo de concentración». «Y ahora en las fotos que me ha enviado su madre no tiene nada que ver. Por eso ya merece la pena el primer viaje», exclama feliz.

«Tener que abandonar o sacrificar a un animal es un trama añadido», señala David

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Su experiencia en el corazón del conflicto le hace terminar con una reflexión en la que une su experiencia en Ucrania y su experiencia como veterinario: «Para gente que encima lo está pasando mal, tener que abandonar o sacrificar a un animal porque está enfermo o no tienen comida para ellos es un trauma añadido. Ayudar a las mascotas no deja de ser ayudar a las personas, que yo creo que es el trabajo de un veterinario. Cuando asistes a un animal, realmente a quien estás ayudando a mantener al animal es al propietario». 

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