Por el Reyno de Navarra pasó un espectro, un equipo sin alma, ni espíritu, que decidió olvidarse de cualquier premisa necesaria para ganar en el feudo de Osasuna, que quiso aparcar todos los síntomas de mejoría de las últimas semanas y que pretendió dar un disgusto a su afición, siendo apabullado por el peor enemigo posible. De un plumazo, el equipo de Javier Aguirre fue el del inicio de Liga, sin argumentos arriba y con todas las vías de agua posibles hacia la portería de Roberto. Osasuna solventó el pleito en doce minutos, los que van desde el 17 al 29, y el Zaragoza mostró toda la impotencia que se pueda imaginar. Y más...

Fue un desastre, de verdad, una noche para olvidar, para el sonrojo. Lo malo es que el zaragocismo ya lleva muchas en los últimos tiempos. El Zaragoza, créanlo, tiró por primera vez a puerta en el 78, un disparo lejano de Juan Carlos, y Roberto evitó en la segunda parte que la goleada fuera de escándalo, lo que hubiera dañado más el alma de la afición. Si eso es posible, claro. Con todo, el drama mayor fue en la consistencia defensiva. Los dos primeros tantos llegaron tras un saque de banda y cualquier balón aéreo o parado era síntoma de peligro. Osasuna, que siempre ha vivido de ese fútbol, se encontró con el encuentro soñado, con una alfombra roja que el Zaragoza y Aguirre decidieron poner a sus pies para que el equipo vuelva a ser el más goleado de Primera.

Jugar en Pamplona es en los últimos tiempos un suplicio para el Zaragoza. Lo dicen las estadísticas y lo argumenta un ambiente hostil, desagradable y lleno de insultos desde la grada, fruto de una rivalidad artificial y llevada demasiado lejos por algunos. Hasta al autobús zaragocista fue apedreado en su regreso.

En campo navarro esperan en lo futbolístico partidos ásperos, duros y trabados. Ayer ni eso. Fue un duelo de un equipo contra la nada, frente a una colección de jugadores que decidieron desertar el día menos indicado, cuando el Zaragoza miraba hacia arriba fruto de unas sensaciones positivas reducidas a la nada, en un choque ante el enemigo por autonomasia en la historia reciente y justo cuando en el horizonte asoman el Valencia en La Romareda y el Atlético en el Calderón. El golpe es de órdago y las caras tras el partido lo decían todo.

DEL INICIO AL SONROJO Podían haberlo dicho en el campo, la verdad. Tras un arranque aceptable en el que la presión arriba de Postiga generó algunas dudas a Osasuna, que venía al partido con problemas y salió a hombros, el Zaragoza debió pensar que había que invitar al rival a marcar. Juárez ya llevaba un mal saque de banda y repitió una segunda vez. Osasuna tomó posiciones y Paredes decidió ausentarse para que Ibrahima asistiera a Raúl García, que fusiló a Roberto. La jugada retrató sobre todo al Jabalí. Bueno, su primera parte fue un cuadro entero. Y es el titular en el lateral izquierdo. Así está también el Zaragoza.

El partido ya fue otro desde ahí. Ya no hubo, de hecho. El Zaragoza se fue del Reyno y empezó a desear que el encuentro llegara a su fin. Nino, tras otra indecisión de Paredes, se acercó al gol, mientras el bloque, compacto en las últimas jornadas, se deshacía a pasos agigantados. Meira y Ponzio fueron engullidos, Mateos sacó toda la blandura posible y Barrera o Lafita no fueron ninguna amenaza. Por no hablar de Luis García, en su peor tarde de largo. Con ese panorama, Postiga también desapareció.

De otro saque de banda llegaría el segundo. Sí, de museo de los horrores. Raúl García se adelantó a Meira y Juárez y Mateos quisieron que Nino marcara con todo a favor. Sin apenas levantarse del golpe, el Zaragoza fue a la lona tras un saque de falta en el que Postiga se quedó doliéndose de un balonazo y el resto optó por evaporarse. Osasuna no echó el balón fuera. Al revés, Marc Bertrán se lo puso en la cabeza a Nekounam y el remate del iraní fue impecable. Roberto solo tenía motivos para la desolación: tres disparos y tres goles.

La pequeña tangana posterior a ese tanto sonó a impotencia por parte zaragocista. Lo fue. El partido se acabó a la media hora y el Zaragoza no mostró un atisbo de reacción. Ni uno solo. Aguirre condenó a Paredes en el descanso y colocó a Ponzio en el lateral zurdo. El equipo aún se descosió más, pero apareció Roberto. Con buenas paradas ante Ibrahima y Nino y en una valiente salida a los pies de Lolo y Nino. El Zaragoza acabó con tres centrales, con muchas tarjetas, con Micael, Juan Carlos o Lanzaro sin mejorar un ápice lo ofrecido por sus compañeros y con el Reyno aparcando a ratos los insultos para ovacionar a Ibrahima, a Nino, a Cejudo, a Raúl García o hasta a Sergio. La segunda parte se hizo eterna, fue un suplicio para un conjunto sin alma, para un espectro.