El instante controvertido del partido de Riazor, al que se le buscarán los tres pies como al gato, llegó cuando se lesionó Montañés. Con el Real Zaragoza en superioridad, Herrera decidió dar entrada a Laguardia, un tercer central, en lugar del centrocampista para los diez minutos finales. Casi en la última jugada, en una falta que se estrelló en el larguero y cuyo rechace convirtió Bastón en gol, el Deportivo empató y, claro, la decisión del técnico encendió la polémica. Detengámonos en ella. ¿El Real Zaragoza cedió el empate como consecuencia de ese cambio? Realizar esa afirmación es muy futbolero, pero la realidad es que no hay una causa-efecto entre una cosa y la otra.

Es una obviedad que Herrera mandó un mensaje miedoso con Laguardia: hay que defender el 0-1, que había caído del cielo. Ese fue su error. Meter más pánico a sus ya de por sí medrosos jugadores. Su cuota de responsabilidad es no conseguir que lo dejen de ser, si es que eso es posible... El equipo reculó a los pelotazos del Depor, pero solo una pizca más de lo que había estado en una segunda parte pésima.

El entrenador puso a Laguardia para defender esos balonazos. Luego el canterano lo hizo mal. Pero la pregunta es: ¿con otro cambio, Roger, Fernández u Ortí, hubiera sido diferente? ¿El Zaragoza no hubiese retrocedido como lo hizo? Seguramente, también. Hace una semana, el Zaragoza reculó con la Ponferradina y sin cambio polémico de por medio. El problema real es la incapacidad del equipo para tener y conservar el balón incluso ante diez y el miedo infernal que tiene metido en el cuerpo en situaciones de riesgo. Esa es la cuestión, no el cambio. Hay que acostumbrarse al modelo. Es el que eligió Herrera cuando se dio cuenta de que jugar un fútbol de toque era un sueño irrealizable. Y desde entonces el equipo es más serio...