Roger Martí es el máximo goleador del Real Zaragoza con siete tantos y el punta titular y de referencia en los últimos meses. Con esa frase debería estar todo dicho. En sí misma es una triste metáfora de lo que le ocurre al equipo, de sus vacíos, de las malas decisiones. Como en otras tardes, el delantero estuvo implacable como Wyatt Earp... Tuvo en sus botas por dos veces la posibilidad de cambiar la dirección del partido, pero aquel remate amorfo de cabeza y el posterior mano a mano, resuelto con torpeza, empezaron a escribir la historia de otra derrota, esta vez en el estreno de Víctor Muñoz. El debut del técnico mejoró la agresividad de sus jugadores pero no tuvo efectos sobre el fútbol, que fue el mismo de siempre, igual de plano, sin recursos ni lucidez.

Víctor comprobó qué tiene entre manos. Un equipo destrozado y sin trabajar, en las antípodas del Deportivo, que no juega a nada pero sabe perfectamente a qué juega, y con un puñado de futbolistas sin ninguna fe en ellos mismos y de escasa calidad, aunque con más recorrido del que se deja ver últimamente. El legado de Herrera es terrible: una plantilla sin autoestima y que rinde muy por debajo de su techo.

Víctor tiene ante sí un reto enorme, táctico y psicológico. La gracia divina no basta. No puede vacilar y ha de recuperar a sus mejores hombres. Calmar a Montañés, que está atolondrado y no encuentra ningún camino. Y juntar el talento: Víctor, Barkero o Henríquez, un chico internacional de 19 años al que Herrera dejó sin confianza. El Zaragoza no puede jugar con una escopeta de ferias en punta. Necesita un pistolero. Si no, ocurre lo que ocurre.