La montaña en Aragón

Los trazos que caminan

La artista Julia Vallespín dialoga con sus pinceles ante los paisajes grandiosos de los Pirineos inspirada en la huella que dejaron las primeras mujeres que los conquistaron

Julia Vallespín traza el esbozo que plasma el paisaje que divisa desde el privilegiado mirador de la cúspide del Monte Perdido.

Julia Vallespín traza el esbozo que plasma el paisaje que divisa desde el privilegiado mirador de la cúspide del Monte Perdido. / JULIA VALLESPIN

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

Existió, lo juro, una civilización pérdida que no fue sometida por la mordaza del selfie. Era una tribu lejana, perdida, que no quería correr más que la vida, que no almacenaba instantes de gelatina en los desguaces de una memoria de la nada. Hasta el imperio del silencio de las montañas está siendo devorado por la prisa de la conquista sin camino. Resisten valientes que expulsan el consumo de su andar, que quieren llegar arriba simplemente por la curiosidad de mirar desde lo alto, con la calma, por pararse, sacar los pinceles y pintar el recuerdo eterno, como esos pioneros sin smartphone ni récord de velocidad. 

Julia Vallespín es una de ellas, mujer curiosa que persigue las huellas de otras mujeres, esas primeras pirineístas que ascendían montañas y prejuicios, que ilustró la zaragozana Marta Iturralde en Mujeres y Montañas. Persiguiendo a Anne Lister, a Rosalie Ramond, a Alice Prevost… sigue el reto de ascender el Vignemale, ir a la Brecha, Aneto… esas primeras rutas en femenino que se citan en este relato. 

Julia cuenta que «la idea de ir con una guía femenina, Marina Fernández, tiene el sentido de completar el camino abierto por Marta Iturralde en su libro, esa búsqueda del Pirineísmo femenino. Soy una romántica, y le planteé a Marina que nos trazara los itinerarios para llegar a los mismos lugares a los que llegaron aquellas mujeres. Ella nos hace la explicación del camino y plantea la actividad deportiva, yo relato y cuento lo leído en el libro y en otras publicaciones, y si se puedo realizo los dibujos». Porque lo hace llevando en su mochila sus cuadernos blancos que mancha de horizontes de arte y admiración. 

Julia es madrileña, estudió Bellas Artes y da clases de dibujo. Es montañera tardía, «de collados», como dice ella, con mucho sentido común y es una esquiadora de travesía que empezó a combinar sus dos atracciones por instinto. «Llevaba mis cuadernos cuando hacía viajes. Luego empecé a hacer senderismo y esquí de montaña. Salía en grupo. Cuando parábamos a comer el bocadillo y otros se ponían a hacer fotos, yo sacaba mi cuaderno y me ponía a dibujar», cita esta pintora.

Por Ribagorza y más allá

Vive en la Sierra madrileña, en Navacerrada, pero viene mucho a Aragón, donde ha expuesto sus cuadros aragoneses en la Fundación Hospital de Benasque invitada por la geógrafa Beatriz Aísa o durante el Festival Vagamundos de La Puebla de Fantova. Tiene muchos. Son cuadernos de viajes a Valle de Aísa, de Bachimaña, de Pineta, de Benasque, de Gabardito, de Sallent, de escapadas esporádicas, vacaciones largas o tramos de la GR-11. Ha subido el Taillón, el Pico entre los Puertos, al Midi y este fin de semana va a la Brecha. «No soy de las que suman cimas. Si sale un día de niebla y no se va a ver nada, no merece la pena subir».

Poco a poco fue añadiendo más destinos y complementos a su equipaje. Dice que hace pocas fotos y que es un desastre con sus redes sociales. «En la fotografía estás detrás de un aparato. El dibujo miras con tus ojos, te da más tiempo de análisis, hace que retengas mejor la experiencia del paisaje, de vida y del recuerdo. Cuando abro un cuaderno antiguo recuerdo cosas, releo los comentarios que he anotado, qué tiempo hacía o los sentimientos que tuve al hacerlo». 

Como esa noche en el Monte Perdido en 2019 emulando a Anne Lister, detenida en un vivac desde el que trazó el horizonte en su página. «Subimos en el autobús de Nerín, pasamos por Góriz y llegamos a la cumbre. Nunca había hecho un vivac en una cima. Fue un reto. Iba con una amiga, Aitziber, que es profesora de literatura. Ella escribió un relato y yo hice un dibujo».

Julia lleva entre el piolet, la comida y el abrigo un cuaderno acordeón «no suele ser más grande que un A5 para que me quepa en la mochila» para hacer panorámicas, unos bolígrafos pílot de punta de gel, un pincel que tiene un cargador de agua y un estuche de acuarelas con doce colores. Dice que al trazar pendientes y pedreras siente que transita por estos lugares imposibles, «siento por donde iría o donde el miedo me impediría». 

Y en esa senda de tonalidades dialoga con las montañas en un imposible «porque nunca voy a captar cómo son. Son más grandiosas de lo que podemos representar. El dibujo es una forma de estar en el paisaje, recorrer una línea por sus bosques, su ladera, una pendiente. Te hacen sentir pequeña y humilde ante su fuerza que te enseña la riqueza de cuidarlas y conservarlas. Es un sentimiento de total admiración y respeto». 

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