Olas de plástico en nuestros mares. Ciudades asfixiadas en una densa niebla. Colegios y parques cerrados. Las mascarillas, un utensilio más junto al paraguas y el abrigo. No es una distopía, es el presente. Estas imágenes son ya una realidad en muchos países; han atravesado fronteras, sucediendo en todos y cada uno de los continentes.

Ante esta situación, el equipo de Unicef en Costa Marfil ha puesto en marcha un novedoso proyecto que, a la vez que trata de acabar con la masificación en las escuelas, protege y cuida el medioambiente dando una segunda oportunidad al plástico. ¿Reciclaje y educación tienen algo en común? Sí, y no es el futuro: es el aquí y ahora.

Como en otros lugares, el plástico campa a sus anchas en Costa de Marfil. En este país solo se recicla el 5% de este material, el resto permanece años y años contaminando el mar, los bosques y la sabana, pero también los barrios más pobres de la capital. Solo en Abiyán se producen más de 280 toneladas de residuos plásticos cada día. Esta mala gestión por parte de las administraciones afecta sobre todo a la salud de los más pequeños, provocando el 60% de los casos de diarrea, malaria o neumonía. De querer poner fin a este grave problema nace la alianza de Unicef con Conceptos Plásticos, una innovadora empresa que ha logrado crear ladrillos 100% hechos a base de plástico reciclado. Este material, abandonado en calles y vertederos, se trata y recicla en una pionera fábrica situada en la capital que, a punto de abrir sus puertas, situará a África a la vanguardia del reciclaje.

Masificación de las aulas

«El material que obtenemos es más ligero, más resistente que el tradicional, además de barato y no inflamable», explica Óscar Méndez, uno de los fundadores de esta empresa colombiana con impacto ambiental, social y económico centrada en la economía circular. Estos ladrillos, producidos en Abijan, que se ensamblan fácilmente como piezas de Lego, servirán después para construir escuelas en las zonas donde más se necesitan, allí dónde difícilmente estudian más de cien alumnos por clase.

Pero, además, este proyecto no solo va a convertir los residuos plásticos en un activo, sino que también vigilará todos los pasos de la cadena de producción de tal forma que se puedan mejorar las condiciones de pobreza y explotación que viven ahora muchas de las personas que trabajan en el reciclaje, la mayoría mujeres. Como Mariam Coulibaly, que a sus 33 años lleva nueve desarrollando esta tarea: «Salgo a las cinco de la mañana, buscando plástico por la calle, especialmente botellas, y vuelvo a casa sobre las diez, para atender a mis hijos. Voy de nuevo por la tarde, desde las seis hasta las ocho o las nueve».

La primera escuela hecha con este material ya ha sido inaugurada en Sakassou, un remoto pueblecito a más de dos horas de Abijan y al que solo se accede a través de un empinado camino. A modo de piloto, se ha probado para analizar la acogida de esta novedosa construcción entre la comunidad escolar. En esta frondosa zona, los niños tenían que caminar, cada día, más de 7 kilómetros para ir a la escuela.

«A veces no íbamos a clase por la lluvia o, al volver, teníamos miedo de las serpientes, la oscuridad y otros animales», explica Kone, una de las niñas que ya ha hecho suya una de las aulas y, junto con sus compañeros, ha decorado con murales de vivos colores que muestra orgullosa. De acuerdo con Unicef, en total hacen falta unas 15.000 clases. Ya hay nueve colegios de plástico en uso. Y se planea construir al menos otras 519 aulas, que en total acogerán unos 25.000 estudiantes -50 alumnos como máximo por clase, en vez de los 90 o 100 que son habituales ahora-. Sakasou tiene muchos problemas por afrontar, pero el primer ladrillo ya está colocado.