“El móvil que ya tienes es el más ético posible, si lo mantienes”

Es cofundadora de la ‘startup’ Tekhné, donde aplican criterios de sostenibilidad al diseño electrónico

Es activista en oenegés como Ingeniería Sin Fronteras (ISF) y Setem por una electrónica más justa

El pasado viernes ofreció una charla sobre el tema en la Universidad de Zaragoza, invitada por ISF

Sara Domínguez García, ingeniera electrónica y activista por la electrónica sostenible.

Sara Domínguez García, ingeniera electrónica y activista por la electrónica sostenible. / Jaime Galindo

M. G. C.

¿Es un mito que los electrodomésticos de nuestros abuelos duraban más?

Es totalmente real. Hace años, la tendencia era hacer productos más duraderos. Pero los fabricantes se dieron cuenta de que así las ventas no se disparaban. En muchos casos, la durabilidad del producto está planificada a través del diseño, dependiendo de los componentes que escojas. Y, como hay tanta competencia en precios, estos suelen ser menos duraderos porque son más económicos.

¿Qué consecuencias tiene esa forma de producir?

En el mundo se generan cada año 53 millones de toneladas de residuos electrónicos, y esta cifra crece muy rápido. Esto produce impactos sociales y ambientales, no solo en los países donde se consume la tecnología, sino también donde terminan esos residuos. Y, como la vida útil de los productos es muy corta, hay que fabricar otros nuevos para sustituirlos, con lo que los impactos se incrementan.

¿Nadie reclama que sea más fácil y barato repararlos?

Sí, claro. Una coalición de entidades sociales europeas, entre las que estamos Ingeniería Sin Fronteras y Setem, hemos lanzado la campaña ‘Right to repair’ (‘Derecho a reparar’ en inglés). Y en la Unión Europea ya se están dando los primeros pasos. Hay un documento del pasado marzo donde se aborda la reparabilidad de los dispositivos. Pero aún estamos lejos de su aplicación, y de que los fabricantes sean conscientes de que deben diseñarlos para ser fácilmente reparables y reutilizables.

¿Algún país ha legislado en este sentido?

El referente en estas cuestiones es Francia, que ya indica en el etiquetado de los productos su índice de reparabilidad. Se quiere aplicar en toda Europa, pero el resto de los países vamos más lentos. Francia incluso tiene una ley sobre la obsolescencia programada. Allí hubo una demanda contra Apple en 2020 porque los iPhone más antiguos se ralentizaban con una actualización de software, y la compañía tuvo que pagar una multa millonaria por ello.

¿Dónde van a parar los residuos electrónicos?

En España, por ejemplo, se reciclan en torno a un 34% de los dispositivos electrónicos. Pero hay continentes, como África, donde no tienen esas facilidades tecnológicas para reciclar. La media mundial está por debajo del 20%. Y se calcula que en torno al 20% de los residuos electrónicos de los países desarrollados son exportados a países en vías de desarrollo, donde se trata de repararlos.

¿Eso es legal?

El Convenio de Basilea prohíbe esos movimientos de componentes tóxicos o peligrosos, pero se incumple. Esos países sufren las consecuencias sociales y medioambientales de manipular estos residuos. Pero, por otro lado, también son una fuente de ingresos que permite subsistir a las personas que dan una segunda o una tercera vida a esos dispositivos. Aunque eso se debería realizar en un entorno protegido, con todos los elementos de protección personal necesarios para procesar los residuos y en condiciones dignas, tanto para las personas como para el medio ambiente.

¿Se cumplen esas condiciones?

Visité el vertedero electrónico de Agbogbloshie, en Ghana. Hoy en día ya no es lo que era porque hace un par de años fue desmantelado por el Gobierno. Pero ahora, en vez de estar todo concentrado en un mismo punto, está mucho más esparcido por todo el país. Se sigue manipulando residuos electrónicos y recibiendo basura electrónica para reparar los dispositivos o extraer los metales pesados y los componentes más valiosos. Y se siguen sufriendo las consecuencias ambientales y para la salud de manipular materiales tóxicos, sobre todo, al aspirar el humo de la quema de cables para extraer el cobre o el aluminio, también toda la comunidad que vive alrededor. En China ocurre algo parecido, pero ahora los residuos ya no están al aire libre, sino en naves, y las condiciones son un poco mejores.

¿Dónde empiezan esos impactos?

Con la obtención de los minerales necesarios para fabricar los componentes electrónicos. Hay enfrentamientos armados asociados su extracción, y no solo de los cuatro que están catalogados como minerales de conflicto. Por ejemplo, con el auge de las baterías y las energías renovables, el cobalto o el litio también pueden ser ejemplos de minerales de conflicto, aunque no estén declarados como tal. Las personas que los extraen no tienen las protecciones necesarias, las minas se derrumban cuando están trabajando y hay explotación infantil. Hay denuncias ciudadanas contra fabricantes reconocidos, como Intel, Google o Tesla, en diferentes países que están sufriendo estas consecuencias.

¿Sufre también el medio ambiente?

La deforestación y la contaminación afectan a plantas, animales y personas. Es muy conocido el caso de la República Democrática del Congo con el coltán, pero ocurre por todo el mundo y, cada vez, más cerca. Ahora mismo, con la transición energética justa y el intento de no depender tanto de otros países y de tener los recursos más cerca, se están explorando nuevos territorios, incluso en España.

¿Se pueden aplicar criterios éticos y de sostenibilidad a los dispositivos electrónicos?

No es nada fácil, pero se puede. De hecho, yo soy socia cofundadora de la ‘startup’ Tekhné, y uno de nuestros pilares es el ecodiseño con criterios que minimicen los impactos socioambientales. Se pueden usar minerales libres de conflicto y trabajar con fabricantes que respeten los derechos humanos y el medio ambiente. Intentamos que el producto consuma poca energía, sea sencillo de reparar y lo más modular posible para optimizar el mantenimiento y que sea fácilmente reutilizable y reciclable.

¿Qué puede hacer el consumidor?

El dispositivo electrónico que ya tienes es el más ético posible, si lo mantienes y no compras uno nuevo. Hay alternativas como Fairphone, un fabricante holandés de móviles de comercio justo. Pero hay que alargar lo máximo posible su vida útil con la reutilización y la reparación. Ahora es más fácil, con los cafés repara que organizan diferentes entidades sociales, talleres gratuitos para arreglar dispositivos en comunidad. Y hay ránquines en internet para comparar la reparabilidad de las distintas marcas.