Hay una foto poco conocida de Labordeta publicada estos días. Con la Medalla de Oro de la Ciudad en la solapa, el hombre baja del estrado municipal con la chaqueta sin acaballar, la corbata como un dogal, y la señal del amo a todo lo que da la corroncha Muy heróica... y todo eso, en el pecho. Baja algo aturdido, como si fuera una res marcada.

Ayer le pusieron al maestro muerto otra medalla sobre su túmulo, en medio de un goteo de personas que pasaban a verle en la mañana encapotada de lunes, que luego se hizo un río de gente por la tarde. Habían sacado las coronas de flores al Patio. Una, traída de Sallent tenía unas flores blancas de la montaña que resistían tersas ante la Capilla de San Martín. Flores blancas también en un ramo dejado en el santo suelo, enviado desde aquel Grupo Mixto del Congreso, siempre derrotado en sus enmiendas. Gracias de Teruel Existe, en una cinta. Te llevas la mochila llena, en otra. Y un cestillo humilde con melocotones, ciruelas, cebollas, borraja... como si lo hubiera compuesto Van Gogh para pintarlo.

SENTIMIENTOS CLAROS Zaragoza se ha llenado en dos días de sentimientos claros y de gestos sencillos que andaban escondidos bajo la maraña discursiva de una crisis económica traída por una escala de valores interesadamente equivocada. Sin consigna alguna por delante, la gente ha llenado la Aljafería de gestos mostrados en los dos segundos que dura un beso lanzado al féretro, la mano en los labios; un saltarse las lágrimas instantáneo; un puño alzado en lo que dura una mirada girada al paso, el santiamén de persignarse o una flor roja dejada a los pies de la caja.

Sentimientos convergentes en frases escritas a vuelapluma en pliegos de firmas. Algunas tan ingenuas como No nos desampares ni de noche ni de día, o esta otra: No me atreví a pedirle a usted que me firmara un libro cuando coincidimos en la quimioterapia, ¡Qué ironía! Ahora vengo yo a firmarle a usted. O esta: De Marcos, al que invitaste al vaso de leche. Todo el mundo agradece a Labordeta haber marcado desde la pequeñez el camino de la dignidad para los aragoneses.

No le valió al cantautor, al poeta, la premonición desesperada de Vallejo: Yo moriré en París con aguacero, sino el verso anónimo que alguien ha dejado junto al foso de las Cortes, en un pliego: Partes con el otoño rompiendo y las uvas dulces por el aire. "Hay gente que ha llamado por teléfono desde Valencia, desde el Delta, para que apuntemos sus frases", señalaba ayer el jefe de protocolo. Javier Carnicer señalaba que se ha aplicado la misma planificación que en la Expo para calcular cuántos llegan, organizar los tiempos y sobre todo, "que nunca se crucen las filas".

En el salón mortuorio sonaba ayer un Yo soy igual que mi padre muy bajito, en medio de esa circulación para el adiós efímero: algún abrazo a la familia, el golpe respetuoso de cabeza, el agitar la mano como cuando el tren arranca, el puño seco de un punky... con dos banderas republicanas en el suelo. Se vivió ayer una nueva jornada de respeto, de minutos de espera en silencio por la calle, de meditación ante la vida entera de un hombre del que hoy no quedará tumba, pero que ha dejado a todos un difícil legado, la responsabilidad de suplirle. Una vida dedicada a ser buena persona. Esperanza civil: Te preguntabas: ¿Quién te cerrará los ojos, tierra...? Nos preguntamos: ¿Quién nos abrirá los ojos, si tú has callado?.

En dos años Zaragoza ha vivido las filas jubilosas de la Expo, las duras colas que se forman todas las mañanas a las 9 ante las oficinas de empleo. Y estas colas meditativas de todo el mundo, ahora, ante unas Cortes de Aragón a las que a diario sólo accedían diputados, funcionarios o invitados.

Filas que durante dos días se alargan hasta la medianoche casi en silencio. Anoche, los músicos se juntaron ante aquel palacio como en una ronda rural. Fue la despedida para el Labordeta que hoy será esparcido en el Pirineo y que nos deja la tarea por hacer, como los buenos maestros.