La realización de un golpe militar con el objetivo de derribar un gobierno democrático como el de la II República requiere un plan perfectamente diseñado. Los acontecimientos de los preparativos y el desarrollo del golpe militar en Aragón los describe perfectamente el historiador Iván Heredia, en el fascículo n° 2 de La Guerra Civil en Aragón. El estallido de la guerra. La sublevación militar y la llegada de las milicias, publicado por EL PERIÓDICO DE ARAGÓN.

La posición geoestratégica de Zaragoza y su importancia militar, como capital de la V División, con un potente arsenal militar eran claves para el triunfo de la sublevación a nivel de España. Por ello, pronto contactaron, el 7 de junio de 1936 en las Bardenas (Navarra) el general Emilio Mola, conocido como el Director y el capitán general de la V División, Miguel Cabanellas para apoyar el golpe que varios generales y oficiales estaban ya planeando. Unos días después, Mola mantuvo una entrevista con el comandante militar de Huesca, el general Gregorio de Benito, el cual se adhirió a la trama. Todo estaba preparado para que el Director diera la orden.

Una se mana de rumores

Los rumores del golpe circularon unas semanas antes al 18 de julio con el lógico nerviosismo

político entre las autoridades locales de Zaragoza, a las que acudieron los representantes de partidos

y sindicatos para recabar información y transmitirla a sus afiliados. Mientras tanto, las fuerzas de seguridad del Estado detuvieron a nivel nacional a 180 falangistas sospechosos de participar de la trama. En Teruel fue detenido Manuel Pamplona, jefe provincial de Falange Española (FE); y algunos otros falangistas en Alcañiz, como Jesús Muro, jefe territorial de Aragón de FE.

Durante el 17 de julio, los temores se convirtieron en amenaza real. Las primeras noticias oficiales

sobre la sublevación iniciada en Marruecos no llegaron a Zaragoza hasta la mañana del 18. La confusión y el nerviosismo se expandió. Los sectores políticos y económicos, y la población fijó su atención en los dos centros de poder más importantes de la provincia: Gobierno Civil y Capitanía General. Vera Coronel, el gobernador civil, en prevención de desordenes, ordenó el sábado 18 que algunos soldados se posicionasen en la sede del Gobierno Civil, Correos, bancos. En Capitanía General, Cabanellas se reunió con otros jefes militares para sondear la situación. Se acordó no colaborar ni a favor ni en contra de la República, estando a la expectativa de los acontecimientos.

Patrullas de vigilancia

La suerte de Zaragoza, y en buena parte de Aragón, estaba en manos de Vera Coronel y de Cabanellas. Las dudas del primero y las sospechas sobre el segundo propiciaron que ese día las organizaciones políticas y sindicales de izquierda realizasen patrullas de vigilancia en torno a los cuarteles. A la vez, grupos de obreros con sus líderes, como Bernardo Aladrén, acudieron al Gobierno

Civil para exigir armas y así evitar que cayesen en manos de los sublevados. Vera Coronel, siguiendo

órdenes del Gobierno de la República y manteniendo su confianza en Cabanellas, desestimó tales peticiones. La misma tarde, ante los claros indicios de la adhesión de los militares de Zaragoza al golpe, Casares Quiroga jefe del Gobierno y ministro de la Guerra contactó con Cabanellas para cesarlo y enviar otro afecto al Gobierno. Este presionado por sus colaboradores, el coronel Monasterio y el teniente coronel Urrutia, no aceptó las órdenes y se mantuvo en la sede de Capitanía, lo que obligó al Gobierno a enviar para suplirle al general Núñez de Arce, que fue recogido en el aeropuerto zaragozano por un coche enviado por Vera Coronel y conducirlo a Capitanía. Tras entrevistarse con

Cabanellas fue detenido.

A medida que anochecía la tensión en la ciudad fue en aumento. Sobre las dos de la madrugada del domingo 19 de julio, Cabanellas, hasta poco ha defensor de la República, ordenó la salida de tropas para ocupar sitios estratégicos de la ciudad. Una compañía militar recorrió las calles pregonando un bando de guerra, poco después Vera Coronel fue detenido.

Un testigo directo de estos graves acontecimientos descritos fue el socialista y ugetista Arsenio Jimeno: «La noche precediendo la proclamación del estado de guerra por Cabanellas, todos los cuarteles estuvieron rodeados por obreros de la CNT y de la UGT, absolutamente desarmados,

esperando que las gestiones de socialistas y republicanos, dieran el resultado esperado y se les

entregasen armas para defender el régimen republicano. En estas negociaciones participó Aladrén.

Lo que ocurrió todos los sabemos.

Todas las gestiones fracasaron. No hubo armas. Faltó el genio insurreccional, el líder carismático, la iniciativa loca rompiendo todas las inercias y todas las resistencias. De nada sirvieron las reuniones entre socialistas y cenetistas».

Consolidar el golpe

Según Ángela Cenarro al precipitarse el golpe en la cabecera de la V División quedaba abierta la posibilidad para que aconteciese lo mismo en las otras capitales de Huesca y Teruel. Cabanellas

transmitió órdenes a las diferentes guarniciones de la región militar para consolidar el golpe. Todos los cuarteles que dependían de la región militar, exceptuado el de Barbastro, secundaron el levantamiento contra la República, iniciado en Zaragoza y continuado en Huesca por el comandante

militar Gregorio de Benito y en Teruel por el comandante de Infantería Virgilio Aguado. También lo secundaron y apoyaron incondicionalmente el golpe los miembros de la Guardia Civil. Los obreros aragoneses sin armas por las dudas ya comentadas del gobernador civil de Zaragoza, Vera Coronel, como las del de Teruel y Huesca, a pesar de la huelga general convocada por las directivas de la UGT y la CNT no pudieron defender la legalidad del régimen. La caída de Zaragoza en manos de los rebeldes por su situación estratégica fue clave para que no fuera abortado el golpe. El terreno rebelde se fue incrementando, ocupando el centro y oeste de Aragón. Todo cambió con la irrupción de las

columnas llegadas desde Cataluña y Valencia, que recuperaron casi la mitad del territorio aragonés. Ya el 21 y 23 de julio salieron desde Barcelona algunos grupos de militantes de la CNT y voluntarios para recuperar Zaragoza.

Las primeras grandes columnas organizadas por las fuerzas obreras salieron de Barcelona el día 24, entre las que destacan: la de Durruti, la de Ortiz, la de Carlos Marx, la del POUM, la de Ascaso. A la vez saldrán de Valencia hacia Teruel las columnas: la de Torres-Benedito, Eixea-Uribes, la de Hierro. A partir de este momento Aragón quedó partido en dos con una similar extensión: la zona rebelde, la occidental, suponía algo más del 60% de la población, con las tres capitales de Zaragoza, Hueca y Teruel y la casi totalidad de la industria; y la zona leal, la oriental, con algo menos del 40% de la población y las cuencas mineras, siendo su capital de Caspe. Situación que se mantuvo hasta el final de guerra en Aragón en marzo de 1938.