Las palabras derivadas de "digno" se suceden durante los últimos días en las noticias. De la indignación generalizada a causa de la crisis se ha pasado a la reclamación de dignidad para afrontar sus consecuencias. Una actitud menos instintiva pero más concienzuda, por cuanto es la base de la Declaración Universal de Derechos Humanos y de cualquier Constitución que se precie. La situación para muchos ha pasado así de ser indignante, con el sentido activo y transitorio del antiguo participio latino de presente, a ser simplemente indigna, que niega la cualidad de forma atemporal. Por ejemplo, resulta indignante que se produzcan altercados como los que tuvieron lugar tras la Marcha de la Dignidad del 22M, pero indigna la pretensión del gobierno de restringir con ello el derecho ciudadano de manifestarse. Y del mismo modo es indigno que los ciudadanos sean desahuciados mientras ellos mismos hacen frente a la quiebra de bancos y constructoras, ya sea por la burbuja inmobiliaria o de las autopistas, después de que sus dirigentes hayan hecho el agosto con la necesaria connivencia política. Un conflicto de intereses públicos y privados que ha generalizado la corrupción en nuestro país y que cuestiona de paso la dignidad de nuestros representantes políticos, empresariales y sindicales. Pero tampoco han faltado estos días alusiones al verbo dignificar al hilo de la muerte de Adolfo Suárez, aunque eso sí, cada cual arrimando el ascua a su sardina: unos a la clase política, otros a la transición o al franquismo y otros a la marca España. Toda una sorpresa para la mayoría de españoles de menos de cuarenta que casi todo lo que sabían de él hasta ahora era por la serie Cuéntame.

Periodista y profesor